La alarma del despertador nunca sonó

 



¿Dónde están mis llaves?

¿Qué buscaba?

Algo así como pequeñísimas hojas cayendo sin hacer ruido.

Estos no son los droides que estás buscando.

Me preguntaba cómo volver, acaso. 

Quería escribir poemas breves en los que cada verso cortara o virara las direcciones de sentido. 

[Pero 

¿para qué? 

Le habría preguntado de ser posible que me respondiera.]

Alguien que huye es alguien que siempre va dejando migajas. [No lo digo yo. Lo dicen los cuentos infantiles que, por cierto, nada tienen de infantiles.] 

La pregunta por las llaves implicaba la existencia de las llaves. O, en todo caso, la existencia de unas llaves fantasmáticas. 

A veces me parecía tan poco y otras me avasallaba su demasía. 

¿Querías que fuera oscuro? 

¿Que fuera ilegible? 

¿Que ninguna de nosotras entendiéramos nada?

Pero el giro no esperaba, se renovaba automáticamente, como una suscripción o como la respiración.

Ahora no puedo, estoy trabajando.

Ahora no puedo, estoy soñando que estoy trabajando y que no puedo despertar. 

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