Ayer que fui al super, mientras paseaba inocentemente por el pasillo de las galletas, encontré una caja que llamó mi atención. Se trata de las tartaletas marca Marian. Debo decir que mientras escribo este post bebo un capuchino y engullo unas cuantas galletitas. La neta las compré porque me trajeron chingos de recuerdos de cuando estaba en la universidad y se convirtieron en mi sustento de los fines de semana que teníamos diplomado. La historia es que cuando estaba en el primer año de la carrera de filosofía se impartió en la universidad un diplomado en habilidades del pensamiento en coordinación con la Ibero Puebla. Yo no tenía lana para pagarlo, pero era la becaria de la maestra que estaba a cargo de ese proyecto así que me tocaba ser la asistente y saca copias los fines de semana. Igual de todos modos yo tomaba las clases, y hacia las tareas y todo, aunque no estuviera inscrita. Ay, la ñoñez. En esos tiempos la universidad gozaba de cierta opulencia, así que como parte del coffe break había cajas y cajas de galletas marca Marian, sobre todo tartaletas aunque también su surtido de glaseadas, de nuez, de chocolate y demás delicias. De que eran espléndidos, eran espléndidos en esos tiempos: si se acababa una caja de galletas, no tardaban en venir a abrir otra y así; había café y cocacolas todo el tiempo. El paraíso de paraísos para mí que no tenía un clavo y si me iba bien daba una comida al día. Entonces, he ahí mi recuerdo salvífico de las famosas galletas Marian. Los viernes que tenía curso tenía la comida y la cena resueltas; y los sábados: desayuno y comida. Galletas, cocacolas y café eran mi menú. Amaba que fuera fin de semana de diplomado. Lo esperaba con ansia para atracarme de galletas a más no poder. Y cocacolas. Ah. Porque café, bueno, como parte de mi servicio de becario en las oficinas siempre birlaba gratuito el café. También el cigarrito alaspegadas y así. Aún ahora no deja de sorprenderme mi capacidad de sobrevivencia. Mi suerte. Esa clase de azar.
Entonces no sabía que años después trabajaría en esa misma universidad y se vendrían tiempos más austeros. Un buen día las galletas Marian fueron escaseando, cuando tomé algunos cursos de literatura sólo ponían dos cajitas y si se acababan, pues ya no había más. Ya para cuando di clases nada de galletas ni cocacolas. Casi puro café y malo.
Lo del diplomado tuvo un final feliz. Después de tantas y tantas galletas devoradas, amén de tareas y trabajos presentados, el día de la graduación yo también me gradué. No sé cómo fue posible eso porque yo nunca pagué un quinto, pero ahí estaban nombrándome para que pasara a recoger el documento que me acreditaba al igual que a mis compañeros como alguien que había cursado dicho diplomado, supongo que por alguna maniobra manejaron mi caso como una beca completa o algo así. Después fuimos a cenar a un restaurante y por supuesto, yo no tenía para pagar. Entre todos los graduados pagaron mi cena. Recuerdo que era una cena deliciosa en un restaurante español y bebimos vino y reímos mucho.
Qué cosas, lo que unas pinches galletas me hacen recordar.
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