Ayer mientras intentaba poner orden a mi estudio que lleva semanas hecho un caos encontré tus cartas. No recordaba que había guardado tantas. Debo decirte que tu escritura era terrible: un conjunto de jeroglíficos insufribles. ¿Te contestaba yo esas cartas? Debería recordarlo pero lo cierto es que lo he olvidado. No quise leerlas todas. Abrí unas cuantas al azar. En una me proponías que escribiésemos juntos un sistema filosófico que según tú diseñamos juntos. Que te parecía plagiario escribir solo algo que juntos habíamos desvelado. Qué ridículo parece ahora. Qué lejano. Qué ajeno. Un planteamiento ontológico sobre el ser, de eso iba tu propuesta. Y casi casi me detallabas los capítulos del libro. Qué ingenuidad la nuestra. O que soberbia la tuya. En otra invocabas a Heráclito y me hablabas de esa mujer con la que andabas y luego no andabas y así. En otra me confesabas que me tenías miedo. Que tenías miedo de que yo desapareciera porque me querías y no imaginabas cómo enfrentar mi ausencia. En otra me pedías que te dijera si yo te quería también o no. En otra me remitías un listado de libros que necesitabas detallando las materias y los títulos. En otra me hablabas de Antonio Caso. En otra de Heidegger. En otra me contabas que habías estado enfermo del estómago. En otra me citabas a tomarnos un café para seguir charlando porque te gustaba platicar conmigo. No quise abrir más cartas. ¿Qué más me dices en las que no quise leer? Tampoco recuerdo cómo me las entregabas. ¿Las dejabas en mis cuadernos? ¿Me las dejabas con alguien más? ¿Me las entregabas personalmente al salir de clases? Haciendo un gran esfuerzo creo recordar que algunas veces me diste las cartas personalmente. Las escribías de madrugada. En otra me decías que pensabas en mí, que era tarde y pensabas en mí. ¿Dónde estás ahora, Almirante? ¿Y qué fué lo que esa que fui te contestó entonces?
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