En otra parte. Sí. La vida. Eso. O más o menos.

Día 178, fotografía tomada de http://tapizdemar.wordpress.com/


Toda esta semana ha sido de cansancio, hambre y sueño. Habituarme de nuevo a levantarme temprano me está costando mucho trabajo. Mi cuerpo se niega a dormir temprano. Se niega también a levantarse y a caminar a las 6:45 a.m. Mi cuerpo me pide más comida. No, no es cierto, no me pide más comida, me pide la comida chatarra que le encanta a él y a las mayoría de los otros cuerpos. Ponerse en orden cuesta tanto trabajo.

Hay un hombre que va a correr al estadio que se parece muchísimo a Ramón Mier. Cuando lo observo que pasa corriendo a mi lado, me imagino que en efecto es Ramón Mier, me imagino que puedo detenerlo cuando quiera y saludarlo o charlar un poco. Es tonto pero me siento acompañada por ese desconocido que se parece a alguien a quien tengo tanto afecto. 

Otro de los hombres que corren me llama mucho la atención. No sé por qué. No es guapo, al contrario, es viejo, canoso y un poco regordete. No sé por qué pero tengo una cierta fijación con ese individuo. Me gusta verlo correr. Me gusta que esté ahí cuando voy a caminar. Me gusta imaginar narrativas varias en torno suyo. Inventar historias donde él es el personaje. Y mi mente en verdad puede imaginarse las cosas más disparatadas. Luego trato de imaginar su vida, quién es, qué hace, si tiene mujer o hijos, si siente culpa por algo. Luego imagino personajes que vienen a buscarlo. Imagino una mujer que desde las gradas observa. O imagino una mujer que viene a caminar ahí, al mismo estadio sólo para verlo. No sé por qué esa mujer quiere verlo, no tengo claro si es su hija o su amante. Si lo busca por amor o por odio. Creo que lo busca porque no lo conoce y de alguna forma lo extraña. Y al mismo tiempo le tiene un resentimiento subrepticio. Pues eso. Que ese hombre, sin saberlo, me hace pensar en muchas historias extrañas. 

Todo enero he estado más bien dispersa. No he podido concentrarme en nada en particular. He leído muy poco y no he avanzado en mi escritura. Como si algo en mí se resistiera a volver a la rutina de todos los días. Como si me costara trabajo acomodarme en mi propia vida. Como si fuera un personaje al que le cuesta trabajo acomodarse en su propia vida. Como si fuera un personaje o como si estuviera construyendo un personaje en torno a mí. En torno a los otros.

Quizá lo que me pasa es que por lo general siempre he tenido una narrativa de mi vida clara. Al principio una que no me permitía pensar en el futuro. Luego una, que cuando ya tuvo el futuro en sus manos en realidad no supo bien a bien qué hacer con él. Y ahora siento que carezco de narrativas. O que puedo escribirlas todas. Creo que lo que me pasa es que estoy confundida e indecisa. No sé bien qué narrativa escoger, hacia dónde llevar la historia y el personaje. Entonces me pierdo en ensoñaciones de historias y personajes y finales posibles. O no finales. Sólo una trama sin pies ni cabeza que no sabe a dónde ir. 

Pero confundida o no, es un hecho que me aferro al presente. Me aferro a dos o tres certezas que me sostienen. O que al menos no me dejan naufragar. Dijo Marco el otro día que ya nadie colapsa ahora. ¿Significa eso que ya nadie naufraga ahora? Tal vez. Tal vez los naufragios pasaron de moda. Y los fines del mundo. Y los colapsos. Tal vez es sólo saber que cuando despertemos todo seguirá igual. Que podemos romper la rutina sólo un rato, pero que debemos volver a ella de una forma u otra. Y no es la primera vez que enero es una suerte de limbo entre la realidad y la realidad. 

Pienso ahora en esos días de diciembre en que estuve hospedada en el Hotel Isabel. Desde que entré a la habitación sentí una sensación extraña. Como si ya hubiera estado ahí antes. Como si mi vida estuviera ligada a ese sitio de forma insondable y precisa. Como si yo pudiera quedarme a vivir ahí otra vida, mi vida, en todo caso. Una vida más verdadera. Un personaje que llevara dos vidas, una ficticia y una real. Eso. Y que mi vida real era esa. Una mujer que habitaba el Hotel Isabel. Que lo usa de vivienda. Y que mis noches son eso, ruidos de martilleos y sonrisas a deshoras. Cervezas y caminatas de madrugada. Desayuno en la habitación, lecturas, escrituras. Luego breves paseos, breves incursiones a los museos y librerías. Eso. Todo solitario y breve. Todo íntimo y ajeno. Propio y extraño. Todo, las calles llenas de desconocidos y ese deseo de perderse entre la multitud. 


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