Evidencia




Una escena de la columna de Julio Prado (léanla aquí) me recordó una escena paralela que viví en la infancia. 

El caso es que el día que mi padre se fue de la casa para no volver, mi hermana y yo veíamos televisión. Mi madre, que usualmente no lo permitía, nos dejó desayunar en la sala viendo caricaturas. 

No tengo imágenes nítidas de todo esto.

No recuerdo ni siquiera con exactitud qué día fue, en qué mes, qué edad tenía. Lo cierto es que debió ser a los seis o siete años.

Sólo recuerdo que escuchaba murmullos, ni siquiera podría asegurar que discusiones. Murmullos entre mi padre y mi madre. 

Luego, una maleta. Una maleta café. 

Por supuesto, estoy ficcionalizando. Lo digo porque si intento fijar este recuerdo, a mi mente acude una maleta de color gris o café. Pero el recuerdo miente ¿no? La memoria es construcción y entre la maleta gris y la café, no sé por qué, pero prefiero la café.

También tengo fija una escena en la que mi madre nos dice: Su padre ya se va ¿no se van a despedir de él? 

En esa escena me veo con la vista fija en el televisor. Puedo incluso estar dentro de mí y saber que esas palabras las escuché sin escuchar. Que las escuché y que no atendí porque no quería atender, no quería enterarme, no quería saber que ése era el día en que mi padre se marchaba de casa para no volver.

Creo, y esto es sólo una suposición (no tengo a quién preguntarle, como recordarán mi madre murió años más tarde), creo que mi madre, pues, no diría que nos forzó, pero sí nos instó a despedirnos de aquel hombre.

Me veo, en toda esta escena inserta en mi memoria como un recuerdo más o menos fidedigno de mi pasado. Decía que me veo abrazando a aquel tipo. Y ahora, justo ahora que lo evoco viene a mi un olor mentido, una loción que jamás he vuelto a percibir y no volveré a hacerlo, porque simplemente no existe.

Digo, a mi padre no se lo llevaron a prisión. Se fue por propio pie. Tenía otras cosas que hacer con su vida, supongo.

Pero eso que describe Julio, esa niña jugando y el otro chico frente al televisor, me dice, sin quererlo, tanto, de mi misma.

Esa escena, ahí, puesta, como evidencia de ausencia.

¿Cuántos niños habremos mirado el televisor mientras nuestro padre se marchaba?


Comentarios

Ángel Zapata dijo…
Siempre que te leo lo remueves todo. Siempre que te leo en voz alta el quebranto de la voz, las lágrimas agolpadas, la sensación de no pertencer, la esperanza de la respuesta aún cuando la búsqueda te ha tumbado. Te leo.