Fantasmas, de Katy Horna. |
Recuerdo el día en que cumpliste veinte años de muerta. Esa noche me emborraché. Sin saber cómo empecé a hablarle de ti a una chica desconocida que me invitó a bailar. Me dijo que cumplía veinte años esa noche. Me contó que su madre había muerto también, cuando ella tenía doce. Dos huérfanas ebrias bailando en la pista repleta de un antro porteño. Era una chica agradable, según recuerdo, y quería que me fuera con ella. No sé por qué le dije que no.
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Había olvidado ese episodio por completo. Justo ahora recuerdo que tenía un resfriado fenomenal que me curé a punta de cervezas.
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Pero ya te escribí muchos poemas y no hay nada más que decir. Tendrías ochenta años. Es posible que ya hubieses muerto de cualquier forma. No sé dónde está tu tumba. Jamás fui a llevarte flores.
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Y no es que te extrañe, la verdad. Eres ya una desconocida y lo serás siempre. Es sólo que hay huecos, como imperceptibles dolores de piernas que ya no se tienen. Dolores tibios de vesículas que han sido extirpadas. Sólo eso. Huecos que no entienden que ya pasó todo, que ya pueden dejar de arder.
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