Una suerte de arcoiris epistemológico



No consigo recordar lo que soñé a noche. Acaso jirones. Fragmentos. Sé que estaba en una casa ajena. Una enorme casa que no me pertenecía. Siempre una intrusa. Siempre bajo el signo de la apropiación. Sé que había un motivo poderoso por el cual yo estaba ahí. ¿Buscaba algo? ¿Esperaba a alguien? Sé que no estaba presa. No, esa casa no era un claustro. La casa era un jardín. Una enredadera. [¿Les queda claro que no pueden confiar en mí? ¿Les queda claro que esto también es un invento? ¿Les queda claro que voy sobre una línea de fuego y tengo que inventarme para no caer, para no arder? Eso decían las voces] [No puedo habar con mi voz sino con mis voces, dice la viajera con el vaso vacío y yo la suscribo, la transcribo, la tergiverso[ [¿Les queda claro que también soy estas voces que me inventan-describen-desdicen?] A mí me queda claro que no soy El Leve Pedro. Que no puedo flotar demasiado lejos. Que siempre hay algo que me obliga a descender. Este corazón, por ejemplo. Esta intensidad que no me permite tomarme las cosas tan a la ligera nunca. [Pero tú no me entiendes y a veces te envidio. A veces quisiera como tú ir de cuerpo en cuerpo sin detenerme a mirar los rostros. Sin preguntar siquiera los nombres] [Pero yo no soy tú ni tengo tu cuerpo] [Sería interesante tener tu cuerpo aunque fuera sólo por una vez ¿sabes? Lo he pensado. Eso. Intercambiar los cuerpos. Claro que a ti no te gustaría. Te pondría en desventaja. Sin embargo te vendría bien saber qué se siente estar del otro lado. Ser esta mujer que no puede ir por la vida tan pero tan ligera. Eso. Una suerte de condición de pesantía. Un pasaporte constreñido. Eso. Una forma de ser que te es ajena] No consigo. No. Sólo recuerdo que las paredes eran blancas y había ramas cubriéndolas. Que afuera llovía. Que era el verano y afuera llovía y yo escondía una tristeza o una revelación. Acaso una epifanía tras la lluvia. Una suerte de arcoiris epistemológico. // Pero es mejor así, me dijo. Mejor saber lo que uno no es. // No soy Pedro El Leve. No saldré volando hacia la nada. Siempre habrá un peso. Un ancla. Pero no es malo, al contrario. A decir verdad temía que tanta levedad me dispersara [El temor a la desaparición como una suerte de horror vacui]. A decir verdad, en el fondo, tampoco quería ser Pedro El Leve. A decir verdad, ahora pienso ¿o invento? Quiero decir ahora quiero creer, porque no me suena descabellado, antes más, esta nostalgia me suena familiar. // Cierto, ahora recuerdo que de niña, siempre que leía el cuento de El Leve Pedro, secretamente deseaba que Hebe no lo dejara ir. Que Hebe lograra, con algo, no se qué, retenerlo. 

Comentarios

Perla Guijarro dijo…
Hebe, pudo hacer algo y no lo hizo. ¿Sabría acaso Hebe que debía intentar detener la levedad de Pedro?
Sara Uribe dijo…
Eso. Los motivos de Hebe. Esa indagación.
Sara Uribe dijo…
Y yo por eso, por si las dudas, ya le dije a mi "Hebe" que no me deje ir. Que si ve que empiezo a flotar demasiado lejos, que me detenga. Jajaja.
Perla Guijarro dijo…
Ya que en esas andamos mi Hebe sabe que aunque me amarraran a un globo aerostático sería imposible que yo flotara. Mis anclas son tan pesadas, ya no sé si es el peso del corazón o la razón los que me mantienen aferrada al piso.
Sara Uribe dijo…
Ay, esas Hebes, y esos corazones y esos vuelos y esas anclas y esos suelos. Ay.