Digamos que a veces los recuerdos se me confunden. Que a veces no fue con él con quien recorrí todas esas madrugadas las calles del puerto. Digamos que fue contigo. O no. O no digamos nada, pero pensemos en esas calles. Yo quiero pensar en las calles más sucias del puerto. En esas madrugadas que recorrimos juntos todas esas aceras, que cruzamos esas calles y nos sentamos en esas bancas de esos parques que estaban vivos. Nunca entramos a los bares. Nunca entablamos conversación con los extraños. Viajábamos en compañía sólo para hacer más llevadero el exilio. Y ahora tú, o él, o quien quiera que haya sido está lejos. En otro continente o en otro planeta. En realidad da lo mismo. También recuerdo el cuerpo en el agua. Ese río o ese lago. Recuerdo el puerto y los barcos invisibles. Recuerdo justo ahora la historia del billete roto. Y la del billete rojo. Recuerdo la niebla de los puertos invisibles. Te recuerdo ¿sabes? También a ti. A la música de Björk y a Cold Play y a Janis Joplin. Recuerdo a Akira Kurosawa y ese dolor en los labios. Tu costumbre de morder para hacer saber que estabas ahí. Recuerdo esa madrugada, frente al lago, sobre tablas de madera y ese abrazo súbito, esa promesa, que como todas, quedó sin cumplir. ¿Nos prometimos compañía, unión, vínculo? ¿Qué nos prometimos que estuviéramos dispuestos a cumplir? No prometimos nada. O prometimos lo que prometen todos. Que estaríamos juntos siempre. Que nada. Que la distancia no. Y tan sencillo como cruzar un mar o irse de una habitación. Así de sencillo el quebranto. La torpeza. El tropiezo. Ese trastabillar.
Los recuerdos siempre se me confunden y los mezclo a todos. Todos los cuerpos. Todas la historias. Todas las calles y las sábanas y los adioses. Todo es lo mismo. Esas calles las caminé una y otra vez y siempre terminé en el mar. Caminar y caminar sus orillas como una forma de exorcismo. O de ruego. O de resistencia. Cada esquina preservaba un fantasma. Lo cultivaba con afán de jardinero. Así iba yo en los autobuses y en los coches de sitio. Y entonces aparecías tú e íbamos de la mano. No de la mano. Nunca me gustó ir de la mano de nadie. Más bien juntos. Te llamé por teléfono para ver si querías ir a una cena luego de una lectura. Dijiste que no y luego que sí y llegamos juntos a esa cena y todos quedaron boquiabiertos. Todos nos miraban ¿te acuerdas? No, yo creo que en realidad tú tienes ahora muy poco tiempo para acordarte, pero yo sí. Cené una ensalada y tú pediste un filete. Reíamos con una pareja de pintores y tú parecías muy feliz porque te entendías de maravillas con él. A mí ella me cae mal, te lo dije después, pero el marido era simpático. Y todos, en la mesa, nos miraban con descaro. Y no te tomé de la mano ni nada. Era sólo la forma de los cuerpos. Ese decirse uno a otro. Bastaba eso para que lo supieran y nos miraran con ojos atónitos. Pero de nada sirvió porque yo nunca aprendí a bailar salsa contigo. Y sí recuerdo tu trampa. El ardid. Sí lo recuerdo. Unos pasos de baile, Marc Anthony y en mi sala el inicio de lo que en realidad nunca empezó. O sólo terminó un 31 de diciembre de un año que ya no recuerdo. Tú menos te acordarás de ese taxi en que viajamos del Tropicana a mi casa. Tú menos te acordarás, pero yo sí. Yo me acuerdo de todo. Aunque lo mezclo. Aunque lo invento.
Porque mezclo los recuerdos estamos en un automóvil compacto y tú cantas una canción de Sabina y me dices que si hubieras bebido más y frente a la cerradura, frente al a la puerta a punto de abrirse ese deslizarse de un mundo a otro. Que si hubieras bebido más me dirías. Los espejos también. Y cuartos de hoteles. Y las cenas. Y los gimnasios. Yo no era esa y tú tampoco. Éramos otros sin saberlo. Frente al mar. Un automóvil compacto estancado en la arena. Frente al mar me cuentas de tu hermana loca y de tu padre que te trataba mal. Y yo caigo en la trampa en que caemos todos. Sí, frente al mar. Sí, frente al abismo que parece manso y cortés. Y ahí, también, frente al mar, mi propia locura. Caminar, caminar, caminar. Que la sal y el mar lo lleven todo. Que la razón se pierda. Que uno se vaya lejos. Caminar para alejarse de uno mismo y para alejarme de ti y de todo ese pasado que es una piedra atada al cuello y para borrarte y para perdonarte y para también recordar lo azul de otra promesa rota. De otra puerta rota. De otra fisura que ahí dentro y persiste. También a ti te recuerdo a veces, también a ti te confundo. También a ti te he olvidado y sólo estás aquí como un pretexto. También tú como un fantasma y como la madera que flota o se hunde a voluntad.
Y entonces por qué no, apareces tú también como un relámpago. Y apareces. Y desapareces. Y todos los cuerpos se confunden. Todas las historias se mezclan y no importa. Tampoco importas tú. También fuiste sólo un cuerpo, una historia qué contar. Tampoco creo que haya importado yo. También fui sólo un cuerpo. También soy la memoria que alguien pierde o a la que alguien acude. También soy un pretexto para que alguien más se recuerde. Para que alguien más no añore. O añore lo que no ha perdido. También soy tu olvido y tu relámpago y tu baile inconcluso. También soy tu imposible y la espera de una década y el asombro y la zozobra. También soy tu mirada en medio del bullicio, en medio de todos los cuerpos, tu mirada haciéndome saber que también eras sólo un cuerpo. También soy las miradas de todos. El olvido de todos los cuerpos. También soy esa pared que recibió todos los cuerpos sin preguntar nada. También soy lo tardío, lo aún no consumado. También soy este cuerpo. También podrías estar aquí.
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