Ni siquiera sé el nombre de la empleada bancaria que falleció en el granadazo y me duele. Me encabrona y me duele y me entristece esta violencia. // Mientras, en las fotografías, tú sonríes, el mar es el discurso de un verano anunciado tantas veces. Afuera la felicidad es tuya, te corresponde por derecho propio, parece decirlo tu piel que bajo el sol luce más tersa, parecen decirlo las sombras que sus rayos produce en torno a ti, las olas que te persiguen o que te ocultan. Mientras, la distancia hace de paracaídas y tú no sabes o no quieres saber lo que ocurre acá. // Por otra parte me pregunto cuándo me tocará a mí ¿en qué banco? ¿en qué supermercado ¿en qué calle? ¿qué día? // En las fotografías tu risa suspendida confirma una teoría sobre la lejanía de las catástrofes. Mientras tú sonrías nada se derrumbará. Entonces el choque del agua contra la arena. Entonces tu cuerpo sumergido y la espuma que no cesa de agitarse. Tu cuerpo sobre la superficie, tendido, casi inerte, pero no. // Nadie quiere pensar en eso. // Bajo la sombra de la palma miras hacia la cámara, no me miras a mí. No miras a nadie. // Dicen que hay varios niños entre los heridos. // Dicen que deberíamos ser educados para el desastre. Que los niños deberían saber que el fin del mundo siempre está a la vuelta de la esquina. Que el infortunio, como escribió Rosa Montero en El corazón del tártaro, siempre se acerca con callados e insidiosos pies de trapo. Que los micro-fines del mundo, cotidianos. // Yo sólo puedo pensar en esa mujer que no volverá más a casa, en esa cama, en ese puesto de la mesa vacía. // Pero el verano apenas comienza y se hace tarde para el mar. Se hace tarde para perderse en el mar. // Acá, los vidrios rotos y la sangre, también serán limpiados. // El olvido.
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