Esta ficción



Leo los diarios de Susan Sontag y no puedo evitar pensar en mis propios diarios tempranos ¿Deseaba Susan Sontag que sus diarios fuesen publicados? Ni su propio hijo tiene una respuesta a ciencia cierta. 


Hoy leí la carta que Cecilia Fuentes le escribió a su padre.


Pero los conservó. Guardó sus diarios. Los puso a salvo. Algún deseo de posteridad debió de haber en ello. Alguna motivación.

Que nunca pudo ser la hija que él hubiera deseado tener. Que no era culta ni preciosa ni elegante. Que no sabía de política. 

¿Escribía ella para sí misma? ¿Escribo yo para mí misma ahora?

Que no supo ser su padre. Que se privó del placer de ser su padre. Que no. Que nunca supo.

Saldrán tres volúmenes de sus diarios. Mondadori venderá como pan caliente las memorias de una mujer lúcida y hermosa como Susan Sontag. Y sin embargo ella tan insegura en sus años mozos. Sintiéndose fea. Sintiéndose desgarbada. Me recordó otros diarios en Lumen. Los de la viajera con el vaso vacío.

Le habría gustado que su padre se sentara a ver un fragmento de su telenovela favorita. Le habría gustado que su padre se sentara en el sillón de junto a fingir que veía el televisor.

Si no me traiciona la memoria fueron tres los diarios de mi adolescencia que un buen día rompí en pedacitos. No podría asegurar con certeza por qué los destruí. En todo caso, supongo que fue en un arranque con el que pretendía dejar atrás mi pasado.

Un no reconocerse en el otro propio.

Un no reconocerse en el otro propio.

Ahora, justo ahora pienso en Cecilia Fuentes y pienso en mí también. 

Pienso en la ausencia y en el lenguaje.
Pienso en el lenguaje como una cura para la ausencia.
Pienso en el lenguaje como ausencia.

Todas esas palabras escritas para ser leídas años más tarde. 

Pienso en David Reiff. Lo imagino leyendo los diarios de su madre y siento una ternura infinita. Por David. Por la Sontag. Por la viajera con el vaso vacío. Por mí misma.

Pienso en Cecilia Fuentes. La imagino escribiendo esa carta. La imagino trazando con sumo cuidado cada una de las palabras. Una arquitectura desnuda.

La ausencia de una palabra. La ausencia de un padre o de una madre. La ausencia que el lenguaje encubre a través de los signos.

Todas las ausencias que pueden leerse en un cuerpo. El de Cecilia. El de David. El mío.

No sé si me habría gustado que mi madre hubiera escrito un diario. Habría sido un diario muy triste. O quién sabe. 

Lo único que conservé durante algún tiempo fue un cuaderno donde mi madre escribía recetas de cocina y poemas místicos. Eso fue todo. Ni siquiera tengo fotografías. A decir verdad he olvidado su rostro y jamás he visitado su tumba.

Lo único que nos queda es el lenguaje.

Lo único que nos cura es el lenguaje.

Y el lenguaje es ausencia.

Evocación.

El lenguaje es lo que siempre me ha salvado.

Pero el lenguaje no es un héroe.

Ni una bala.

El lenguaje es sólo esta arquitectura vacía.

Esta pista de aterrizaje.

Esta herida tibia y esta sangre y este curar.

Esta ficción que soy.



Y por cierto, Cecilia, qué carajamente bien escrita carta.


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