Recordaría esa primera palabra pronunciada. Recordaría el roce de su cabello sobre mi hombro. La certeza de lo improbable. La flexión inminente. La conversación al margen. Recordaría el pasillo, la silla, la pregunta hecha al descuido. Recordaría los mosaicos rojos y el sudor. Las cervezas y el filo de la ventana y el hotel en aquella ciudad que parecía inhóspita. Un desierto hecho de montañas, recordaría después. Al paso de los años recordaría aquella pregunta inofensiva precipitándolo todo. Recordaría el inicio de aquella canción y el olor de ese licor extraño. Me recordaría en el sofá dispuesta a no incorporarme, a darlo todo por nunca ocurrido. Me recordaría imaginando lo que hubiera pasado si me hubiera atrevido a hacer esa pregunta. Inofensiva. Una pregunta, recordaría después, que lo precipitó todo. Una pregunta como un detonante del tiempo y sus posibilidades. Recordaría sí, también, su mano sobre la mía la mañana siguiente. Su mirada fija aquella noche. Su boca precisa. Recordaría su respiración y la vigilia. Esa manera de no poder dormir. Esa manera de dormir sólo para despertar y volver a esa respiración. Recordaría también el mar. Esa forma de perderse bajo un nombre, bajo un cuerpo. Esa forma de entrar en su respiración como quien entra en un abismo deseando caer.
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