Limbos para todos


Una gran bodega llena de camastros y cubículos hechos de telas y artefactos inestables. Un presente/lenguaje hecho de retazos. Una construcción invadida. Una horda de refugiados. De qué guerra. Tras qué pertrecho. La certeza de saber que afuera la persecución nos aguarda. Un refugio hecho de palabras sin pronunciar. Eso que flota alrededor antes de ser nombrado. La inminencia de la huida. Una carcasa llena de camastros y yo en uno de ellos. No en el centro. No en la orilla. Un camastro caliente y sucio. Un camastro ajeno y mío. La certeza de despertar en la intemperie. La certeza de ser siempre intemperie. Un camastro en mitad de la nada. Un cuerpo ajeno y mío. La certeza de no levantarse jamás. La certeza de ser ese cuerpo que se incorpora en mitad de la multitud. Una persecución que sólo existe adentro. Una persecución ajena y mía.  Un cuerpo que avanza entre muchos otros cuerpos invisibles. Un objeto. Un sujeto. Todos los camastros de todas las intemperies. Todas las cosas que transcurren sin ser vistas, sin ser oídas. Un cuerpo que huye despacio. Un cuerpo sobre un jardín. Un cuerpo que se introduce sin ser visto en una fuente. Una alberca sucia. Un patio tras la cerca. Un periplo ajeno y mío. Un camastro invisible. Una palabra que se queda muy dentro sin ser dicha. Un limbo que jamás revienta. Un limbo que cumple sus promesas.

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