Ser cabrona, pero de verdad cabrona: una hija de puta, una perra. Nunca lo fui y es demasiado tarde como para pensar seriamente en serlo. Lo curioso es que pude haberlo sido. Tuve una vida que pudo haberme transformado en eso. Ante la necesidad pude haber desarrollado avaricia y ambición. Pude haber sentido envidia, el tipo de envidia que te hace convertirte en alguien capaz de hacer lo que sea con tal de conseguir aquello que se desea. No sé por qué y aún me lo pregunto, a pesar de que hubo algún momento en que sólo tuve el pantalón de mezclilla roto, la blusa roja que alguna vez fue de mi madre y un par de tenis donde se asomaban mis dedos, no, nunca ambicioné tener muchos zapatos, mucha ropa, no. Digo, la comida es otra historia, el organismo, el cuerpo, reacciona independientemente de ti muchas veces, es decir, cuando no lo controlas, cuando aún no has aprendido a controlarlo. El hambre te hace un caballo desbocado, pero aún así, en mi caso ocurrieron cosas muy peculiares. Es cierto que hubo días enteros sin probar bocado. Es cierto que a veces pasaba el tiempo imaginando comida, la comida que no tenía y durante esos años mi sueño dorado en la vida era poder comer una torta, un sándwich, unos tacos. Pero eran sólo esas mis ambiciones. ¿Fui acaso una persona mediocre por no ambicionar más que eso? ¿Me faltó el coraje o las agallas para salir de dónde estaba por vías más rápidas? Quizá sí fui una cobarde. Quizá me faltó la imaginación pragmática. Quizá el catolicismo tan arraigado en mi historia me lo impidió. Quizá todas esas lecciones de humildad en el catecismo, de desprecio por la opulencia, un código moral tatuado que sin embargo en muchos sentidos, tras la confrontación con los libros se fue borrando, se fue, incluso, pervirtiendo. Nunca deseé ser rica, ni siquiera deseaba recuperar la bonanza vivida en la infancia y perdida antes, mucho antes de la muerte de madre. Lo he dicho ya, que los libros y en particular García Ponce me salvaron. No fue sino la idea, la cursi y absurda pretensión de algún día escribir algo siquiera remotamente parecido a lo que él escribía lo que me hizo desear estudiar una carrera universitaria. Eso. El ingenuo y adolescente deseo de convertirme algún día en quien redactara textos como los que leía. Esa fue mi ambición. Tal vez la única concreta y sin embargo, curioso caso, al paso de los años se perdió al punto en que, según me llegaron a contar (porque yo, no sé por qué razón, tengo bloqueado ese año en mi memoria) expresé mi deseo de abandonar la carrera y no sé qué carajos tenía en mente hacer en lugar de eso. Una ambición que me salvó, por decirlo así, en el sentido que me hizo reunir las fuerzas para atreverme, por ejemplo, a irme a CONAFE, a irme a otra ciudad sin dinero ni conocidos ni nada más que una maleta verde semivacía. Pero también una ambición que al paso de los años se me olvidó. Quedo hecha a un lado por increíble o simplemente porque tampoco tenía claro cómo lograrlo. No. Incluso después. Cuando terminé la carrera y comencé a dar clases. Tampoco ambicionaba escalar posiciones en la Universidad. Ganaba apenas 4000 pesos, estoy hablando del año del año 2000 (lo terrible es pensar que aún ahora, después de más de una década hay quien con eso sostiene no sólo a sí mismo, sino a su familia), no sé, pero a mi apenas me alcanzaba para pagar la renta, comer y ahorrar para los meses de vacaciones en que no habría clases ni sueldo. Y luego de unos años así, modestos, viviendo apenas con lo justo, de pronto las cosas comenzaron a cambiar y puedo decir que cada vez me ha ido mejor. He tenido trabajos sin siquiera solicitarlos, trabajos no con super sueldos, para nada, sólo con sueldos dignos, justos. Pero no, tampoco ahora ambiciono más, ni escalar posiciones, ni quiera ambiciono quedarme aquí donde estoy para toda la vida. No. Nunca fui ambiciosa ni cabrona ni perra ni hija de puta. Siempre fui más del tipo corderito amedrentado por las sombras. Y sin embargo no sé cómo le hice para sobrevivir. ¿Suerte? ¿Buena estrella? No lo sé. Siempre encontré gente que me quiso. Gente que apostó por mi incluso en mi contra. Tal vez en el fondo mi única ambición sea esa. Estar rodeada de gente chida, que yo admire, que yo quiera y que sea mutuo. Así, sin reclamos ni necesidades ni condiciones. Querernos porque somos chidos y es chido quererse. Y no está de más tener para comer y una casa donde vivir y tener ropa y sí, de pronto ir al cine o tener dinero para comprar libros. No está demás tener dinero para pagar los médicos si uno se enferma. Todo esto está bien. Así que lo de ser cabrona y una hija de perra, a veces me imagino cómo hubiera sido, cómo habría transcurrido todo. Supongo que no sería esta que escribe ¿o sí? quien sabe, quiero creer que soy más feliz así.
Comentarios
Puse en el buscador Sara Uribe y me encontre con "nada es para siempre" leí el primer post, me gusto lo que leí, la manera en la que describes lo que eres y en algunas partes me dio risa, sobre todo cuando dices "chido", saludos Sara