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Eso. Un registro de los días. Como quien descubre el hilo negro de estar vivo. De saberse vivo ahora mientras tipea lo ridículo y lo cierto de saber que está justo aquí ahora.
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Eso. Un registro de los sueños. Como quien intuye que su cuerpo sabe más de sí mismo que su memoria. Como quien acepta que es habitado por un inquilino, por un extranjero, por un desconocido.
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Eso. Un registro del miedo. Como quien apela al silencio más propio, al más recóndito, al más inexplorado. Como quien se descubre otro, un otro agazapado y más animal que nada.
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Eso. Un registro de los planes y los días. Como quien asume que lo único con lo que cuenta se acaba o se esfuma instantáneamente. Como quien asume que su único futuro está ocurriendo ahora.
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Eso. Un registro del registro. Como quien escribe para no perderse. Como quien supone que si nombra, que si describe, que si registra, esto no cambiará, no mejorará, no tendrá sentido. Nada será distinto. Nada será, ni quedará huella.
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Eso. Un registro de la nada. Como las moscas. Como lo único que se vislumbra. Como el único augurio.
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Eso. Un registro de
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