Hoy me preguntaste si alguna vez pienso en mi padre. Te dije la verdad. Que no, que casi nunca. Preguntaste también si no me daba curiosidad saber dónde está, qué hace. Te contesté lo mismo, que no. No pienso en él ¿sabes? Lo pienso ahora que lo has mencionado. No pienso en él porque ni siquiera es un fantasma. Para ser un fantasma tendría primero que haber muerto. Tendría primero que haber estado vivo. En verdad vivo. Tendría que haber sido, en todo caso, real.
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