Pensar en cortinas. Cortinas blancas como sábanas como sudarios sin usar. Cortinas largas o cortas. Cortinas para el baño, para la cocina, para el estudio y el desván. Pensar en el viento que mueve las cortinas, la ondulación, la luz que se filtra. Pensar en el polvo y los mosquiteros. Pensar, desde luego una obviedad, en el vuelo, la circunferencia, el humo, los ventanales. Pensar en la refracción de la luz, del deseo, el sueño, el sopor y las tardes que se pierden sobre un sillón en una sala sin cortinas, en una casa con una dos tres cuatro cinco ventanas, ninguna a la calle. Ventanas hacia muros, ventanas sin jardines para mirar, ventanas hacia el interior. Pensar en grandes calles, avenidas. Pensar en el tráfico de automóviles blancos, las huellas, los semáforos, la tracción. Pensar en ventanas que dan hacia pasillos. Pensar en cortinas inmóviles que no cubren. Cortinas para dormitorios donde nadie duerme. Pensar, sí, en esas cortinas que nunca se descorrerán.
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