Volvíamos con la lluvia a esas calles, como si alguien nos llamara desde el filo de un lenguaje incomprensible hecho de pausas y signos ausentes. Un lenguaje hecho de repeticiones: reciclado, atroz, inservible. Ése era el lenguaje con el que nos comunicábamos al llegar a esos lares. Dolientes vocablos ya sin rostro ni cesura. Palabras o jirones, el sentido se fugaba y todo era un escenario para lo absurdo. En ese escenario estabas tú. No éramos un sueño ni un recuerdo, mucho menos la ficción de la nostalgia o el futuro avizorado. Éramos un presente tembloroso. Un volver con la lluvia a esas calles, a ese lenguaje, a esa repetición que nos aprisionaba en el presente. En ese escenario la lluvia y las aceras, las mismas palabras una y otra vez. Un presente suspendido, la noción de pertenecer sólo a la huida, la intuición de que los solos y los extraños, los perseguidos somos siempre este lenguaje, esta lluvia, estas calles, este volver. La certeza de que todos los caminos imbricados, todos los retornos y todas las lluvias, todo aquí, ahora. Todo ahora como un inequívoco síntoma, como un derrumbe, como una aparición.
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