Volvíamos con la lluvia a esas calles. Nada de rodeos, íbamos directamente hacia el umbral de nuestros miedos más atroces. Volvíamos a la orilla del precipicio con ganas de orinar, con ganas de escapar para ser otros, con ganas de no ser testigos de nosotros mismos, pero ¿cómo se huye de lo imposible? ¿cómo se retrocede cuando no hay más que instantaneidad, repetición, extrañeza?
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