Todo ocurría en otra ciudad. Las conversaciones, los roces, las sonrisas de las fotografías. Todo era parte de otras vidas o al menos esa era la sensación que me provocaba mirar esas imágenes. Como si la cámara nos convirtiera en otras personas. Como si ellos jamás hubiéramos sido nosotros. Ellos caminaban por las aceras con depreocupación, bebían cervezas en bares de clase media y fumaban cigarrillos sin importar el filtro o el mentol. Comían en pequeñas fondas, a veces en restaurantes con ciertas pretenciones de grandeza. También solían hurtar los candereles de los cafés para más tarde en casa mezclarlos con algún sobrecito de té. Manzanilla o fresas. Chai o yerbabuena. Ellos viajaban sólo con la ropa puesta y leían en el transporte colectivo. Su mirada siempre parecía decir: no somos nosotros, hemos usurpado la vida de alguien más.
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