Me gusta mirar las fotografías de la infancia de otras personas. Supongo que en el fondo soy más voyeur de lo que estaría dispuesta a admitir. Justo hoy por la mañana caí por casualidad en los álbumes de facebook de un conocido tangencial. Conocí a sus padres hace ya una década. El asunto es que había olvidado que su madre, en alguna ocasión, me hizo una confidencia muy íntima, esa clase de confidencias que definen toda la vida de una persona, e incluso la vida de la gente que le rodea. No sé por qué me contó aquello, ni siquiera éramos amigas. La cosa es que observando las fotografías de su familia, viendo lo felices que parecían pensé esa idea de Millás sobre la doble vida, sobre lo aparente y lo real. ¿Era auténtica la felicidad de sus padres abrazados en aquel nevado paisaje? Luego pensé que su padre había sido un hombre bien parecido de joven y hubo una fotografía en particular que consiguió inquietarme: en la imagen su padre mira a través del cristal de un aparador, mira directamente a la cámara. No sé por qué pensé, a lo Millás, que aquel hombre, que quizás siempre supo esa verdad demoledora, podía haber sido también mi padre.
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