Lo necesario, no lo que esperas (Reyli dixit).


Es cierto y es absurdo. Añoro esos días, ese verano que todas las tardes caminaba a la orilla de la playa. No añoro los motivos, añoro el acto. Añoro  el verano y las olas, las pequeñas rutinas de arena, la celeridad de una tarde cualquiera. Añoro el sol en mi cara, el hormigueo en las piernas, la visión del malecón: rocas y faro. 

Es cierto e imposible. Añoro esas noches en que recorrimos las calles del puerto, esa errancia, ese caminar rumbo a la madrugada y parar en cafés y encontrar a todos los insomnes saliendo bajo las piedras. No añoro las razones, añoro la vigilia, la compañía ida. Añoro lo nocturno y lo libre, lo faltos de miedo y peligro que fuimos. Añoro tu delgadez, tu franqueza, tu sola presencia que hacía de nosotros la saudade.


Es cierto y lejano. Añoro esa esquina, ese allanar las lindes, ese esbozar perímetros como quien castillos en frontera, como quien es inocente y juega y se quema. No añoro el cubo de rubick, añoro la levedad de ese azar, lo poco importante, la falta de peso que lo hacía todo postergable y fortuito. Añoro el asombro ante lo inusitado, las regalías de una abundancia súbita. Añoro tu falta de seriedad, mi ausencia de codicia.

Es cierto y es intrascendente. Añoro la pantalla azul del televisor, Cold Play en sordina, Kurosawa a las dos de la tarde de un sábado doble, la lluvia y las cervezas que por la ventana. La indefensión ajena. No la vacuidad del falso paraíso. Añoro las costuras recién hechas, lo que recién sanado es inconsciente y salvo.

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