No lo puedo evitar, me está invadiendo una tristeza profunda, atípica. Afuera nublado y la gente no hace otra cosa que hablar de irse. Por la ventana observo sobre el césped cómo los negros pájaros devoran los restos de los frutos caídos. Afuera nublado y la gente habla de cambiar los horarios. Yo digo que no importa ya si noche o día. Todo es azar, pienso. Todo es fortuito y hacer planes, tejer y destejer: cosa de absurdos. Yo tendría que estar feliz y lo estoy (tú sabes que lo estoy, lo sabes bien), pero no puedo, el brillo (que es mucho, que te pertenece), lo bruñido se opaca. Yo digo que estas serán las primeras cartas, las primeras palabras, que lo comentaremos años más tarde, si es que hay años, si es que hay más tarde. Afuera nublado y yo escucho de coches bomba, de casas en renta, de peregrinos en cuartos de hotel y de quienes nos abandonaron hace mucho ya para vivir bajo el sol de una península. Afuera nublado y adentro esta tristeza lenta que se va apoderando de los días. Yo tendría que estar ahí, te digo.
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