Así nada más las casualidades. Verbigracia un título. Alguien piensa en griegos y decide escribir un poema. Alguien ¿por qué no? piensa en la destrucción de un reino y escribe un poema. Es de entenderse que se hable de los destructores y lo destruido. Alguien imprime, alguien engrapa, alguien distribuye. Habrá otros que desengrapen, que fotocopien, que hagan de la confusión una diatriba, un artefacto, un fuego fatuo. Así las cosas raras que pasan, entonces alguien más recibe un correo, dice que sí, que cómo no, que es un encanto la situación. Pero no sabe, no intuye, no desentraña. Otra (digamos aquí: la obsesiva, la que se autorastrea). Ésta busca de sí un registro. Sus dedos sobre el teclado tipeando su nombre. Lo que sigue es una serie de datos que escupe el ordenador, entre ellos, ah: un índice. De ahí la intuición del embrollo. Luego la confirmación, el ir y venir de correos. La madeja enredándose y desenré. La apuesta en vano, el ofrecimiento que no. Así nada más las casualidades. Dos poemas. Dos títulos. Algo mío que no me pertenece. Que pertenece a otro. Que en realidad no tiene dueño.
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