Lluvia, sol / Lluvia-sol / Lluviasol


El pronóstico del tiempo es así. Ayer ejecutaron a cuatro jóvenes a 5 cuadras de mi casa. Yo ni me enteré. A esa hora iba a casa de César a cortarme el pelo. César no encontraba sus tijeras y tardó un buen rato en buscarlas entre tintes, aluminios, fijadores y cosméticos. Mientras el revolvía sus enseres yo me observaba en el espejo. Como ruido de fondo el televisor daba "lo que callamos las mujeres". En la serie un hombre se negaba a ayudar a su padre caído en desgracia. El actor que interpretaba al papá era Sergio Kleiner. Me pareció que César estaba triste. Que el no encontrar sus tijeras era un síntoma de otra cosa. Una y otra vez César intentó entablar conversación conmigo. Se topó con mis monosílabos. Yo tenía sueño y en realidad habría apetecido dormirme mientras él le daba forma a mi pelo, mientras la secadora y el cepillo circular. Me pareció que rehuía al silencio, y sin saberlo a 5 cuadras el estruendo. Hay cierta sensación de liberación cuando uno se corta el cabello. No sé que sienten las que se lo pintan porque nunca lo he hecho. César me dijo que tal vez dentro de pronto necesitaré hacerlo: tengo muchas canas y ya se notan. Cuando era joven, es decir, adolescente, joven joven, nunca me pregunté bien a bien cómo sería de adulta, es decir, a esta edad. No tenía tiempo de imaginarme esas cosas, estaba ocupada sobreviviendo. Ahora que hago balances me doy cuenta de lo estúpida que fuí tantas veces. Lo falta de visión. Lo paralítica. Por otra parte no pensé tampoco lo pronto que empezaría a pasarme facturas la memoria, la conciencia. Y me paso facturas porque quiero, porque así lo he decidido (de nuevo como método de subsistencia). Me paso facturas y me escandalizo de los saldos. Veo cuánto daño hice. Cuántos errores cometí. El hecho de que no haya habido dolo no me exonera ni me consuela. Pensé que esto me ocurriría cuando vieja, que entonces me sentaría en un sillón a ver cómo había echado a perder mi vida, o de qué forma había sabido sobrevivirme. Me pasa que las cuentas llegan ahora y no sé cómo compensar a los que herí.

Comentarios

Ramón Mier dijo…
A veces el precio que se tiene que pagar por nuestros errores, por el daño que hemos causado a quienes queremos es precisamente el de encarar la imposiblidad de saldar las cuentas pendientes.

Ante esa realidad no queda más que aceptar que no se puede recuperar el tiempo perdido, que algunas heridas nunca cerrarán y hacer lo que podamos por amar y ser buenos durante lo que nos quede por vivir.
Sara Uribe dijo…
Yo creo que precisamente eso es lo que me pesa, lo que me golpea como una bofetada: el intuir (porque aún en fase de negación) esa imposibilidad.

Y sí, lo que nos queda es en el presente amar y ser buenos. Esa es mi lucha: no cometer los errores del pasado.