En un abrir y cerrar de ojos


He decidido dejar de leer los diarios y de ver los noticieros al menos por unos cuantos días. No es que quiera cerrar los ojos y negar la realidad. Es que de plano necesito un respiro. No me creo esa patraña producto de la más barata farsantía que reza que los poetas somos seres hipersensibles, con una piel a la que todo daña, a la que todo afecta. No me lo creo y punto. Pero otra cosa es que uno no puede ser de piedra ante tanta locura y caos. No sólo maldad, no sólo demencia, no sólo crimen, sino también y como cereza del pastel: el infortunio.


No bastan los dos drogadictos que mataron a sus madres, uno para robarla el otro para violarla. No basta el joven que contrató a diez compañeritos del bachillerato y a un conserje para matar a su propio padre a cambio de diez mil pesos que le ofreció a cada uno. No basta el "novio maldito" que mandó matar a una joven y pagó 20 mil a un par de sujetos que la ahorcaron con las cintas de sus tenis. No basta eso. También es el infortunio (como ha escrito Rosa Montero en El Corazón del Tártaro) "que se arrastra con callados e insidiosos pies de trapo". Ahí agazapado el horror del infortunio me aterra.

Me explico: abro el periódico ayer y leo que una profesora de ventiséis años esperaba su camión en un paradero que está a apenas unas ocho o diez cuadras de mi casa (un paradero por el que he pasado cuando vengo de regreso de la casa de la Blum), entonces un trailer (que no debía circular por ahí) da vuelta en u y la caja del trailer choca contra la losa del paradero la cual se desploma y aplasta a la profesora. No la mata pero le causa dos fracturas una interna y otra expuesta. La mujer quizá pierda una pierna.

No sé por qué pero no puedo dejar de pensar en esa mujer. Esa profesora de ventiséis años. No puedo dejar de pensar en cómo la gente decide arreglar sus problemas matando a otros. Así de fácil y sencillo. Y no estoy hablando del crimen organizado, hablo de personas con rencillas comunes: engaños, enojos, infidelidades ¿por qué la saña?

Tal vez de mi madre y del catolicismo aprendí muchas cosas que aún me joden la vida. Este afán por dar y dar y no saber fijar límites, por ejemplo. Pero creo que algo que siempre agradeceré a mi madre es el haberme enseñado a no guardar rencor, a perdonar.

Ya le decía su madre a Jo de Mujercitas: no dejes que el sol se ponga sobre tu enojo.


Comentarios

abraham palafox dijo…
que horror.
por mi ciudad pasa lo mismo.
las noticias caen y uno no alcanza a cerrar los ojos.
saludos desde hermosillo.
abram
Hulk dijo…
Ya ni el crimen está organizado.
Cuando la realidad parece pesadilla y el sueño, la realidad anhelada. Algo anda mal.
Sara!, que grato leerla. Te comento que trabajo esporádicamente en un canal de TV y lo que se ve todos los días llega hasta el punto de insensibilizarte. Me causó curiosidad el adjetivo que dijiste se atribuye a los poetas... prefiero sentirme así que otra insensible más (que por dios hay muchos en este mundo!)