Había olvidado lo pretenciosos que pueden ser ciertos eventos culturales. Pero lo admito, mi gran error fue no tomarme mi pequeña píldora de la felicidad esa mañana. De haber sido así, habría sido yo toda sonrisas y besos en las mejillas o en el aire. Toda buenos modales e hipocresía. Me habría sentado toda mansedumbre en mi sillita a esperar la mención de mi nombre para ponerme de pie e ir por mi pequeño hueso. Habría estrechado cada una de las manos extendidas con una sonrisa auténtica, con la felicidad de quien sinceramente piensa que aquello es la Gran Cosa. Habría sí, departido con los Festejados. Me habría sentido parte de una élite. Habría juntado mis dos manos para aplaudir la parafernalia, la autocomplacencia, la simulación. Pero no. No me tomé mi pastillita de la felicidad y en lugar de eso fui una completa amargada. No olvido que también y que muchas veces he tenido que beber del agua que dije que no. Pero tengo claro que hay cosas que estoy dispuesta a hacer y precios que no pagaré. Que así no llegaré muy lejos. Contesté lo que sé: que así he llegado hasta donde estoy.
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