Recuerdo que en casa había un frasco de vidrio grande y transparente lleno de canicas. Las había de todos tamaños y formas: azules, rojinegras, verdeamarillas, con rayas o de colores lisos; pequeñísimas, tamaño normal y tamaño gigante. Las canicas habían sido de mi tío Pepe, un hermano de mi madre que era (o es, ignoro si vive aún) retrasado mental (ahora dirían persona con capacidades especiales, pero en ese entonces, cuando niña, lo que yo oía era eso, que tenía un tío retrasado mental). Las había ganado en su niñez y las había conservado como una especie de trofeo. No sé porqué esas canicas estaban ahí, mi tío, para entonces, seguía viviendo en Cd. Valles y nosotros en Querétaro. Recuerdo que me gustaba vaciar el frasco entero, escuchar el sonido de las canicas al chocar contra el suelo, verlas regarse por el piso de la sala, los colores moviéndose, aventarlas a ver cuál llegaba más lejos. Y no, nunca aprendí -aunque sí hubiera querido- a jugar canicas. A veces cuando voy a super miro con cierta melancolía las mallas llenas de canicas. El caso es que como muchas otras cosas, como ciertas cartas, como ciertas joyas, como ciertos radios antiguos, cámaras y tinta china que había en mi casa de Querétaro, no sé qué fue de esas canicas, ni del frasco. Supongo que se perdieron en la mudanza, porque hubo un cuarto completo lleno de cosas que ya no cupieron en el camión y se quedaron allá. Un cuarto completo, eso me impresiona.
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saludos :)