Hoy por la mañana hice un breve recorrido por las librerías de la ciudad, en realidad iba buscando otro libro que no era para mí, pero el azar quiso que en un botadero me topara con Muerte en el bosque y que lo comprara por la ridícula cantidad de tres pesos. Lo reconocí inmediatamente porque se trata de un libro que leí en mi adolescencia, se trata de los primeros cuentos no infantiles que leí en mi vida, después de El nombre es lo de menos de Edmundo Valadés, Tiene la noche un árbol de Guadalupe Dueñas, Una violeta de más de Francisco Tario, entre otros. Digo que lo reconocí, por la portada y porque tengo un vago recuerdo de haberlo disfrutado mucho, pero si alguien me pidiera que dijera de qué tratan los cuentos no podría, no podría ni remotamente. Me da no sé si coraje, tristeza, impotencia o todo junto, tener tan mala memoria, o tener tantas cosas en la cabeza, un desorden, como una habitación sin arreglar. Lo peor de todo es que no sólo me pasa con libros leídos en la adolescencia, eso estaría bien, pero me pasa con libros que acabo de leer, incluso con libros que estoy leyendo. Ayer, mientras comía, retomé la lectura de Tokio blues de Murakami, que apenas hace tres días había suspendido y resulta que aunque había señalado la página donde me había quedado leyendo no recordaba los últimos sucesos en la trama, así que tuve que regresarme para volver a retomar el hilo. Admiro la memoria portentosa de Marco Huerta que recién lee algún poeta, luego anda citando de memoria sus versos o recuerda los leídos hace mucho tiempo. Alguna vez tuve una memoria así, recuerdo haberme aprendido de memoria veinte cuartillas para una pieza de oratoria. Pero esa memoria la perdí en alguna parte de tantas desveladas y malpasadas supongo, o simplemente con los años, o no sé. El caso es que me resulta frustrante no poder recordar lo mucho que yo quisiera. Sin embargo ahora le veo una ventaja, está la posibilidad de leer Muerte en el bosque de nuevo, como si nunca, como si por vez primera mis ojos y sus letras. Está la posibilidad de leer y releer todo lo que el olvido, una y otra vez, como oraciones dichas antes de dormir, así.
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Anoche soñé que estaba en un hospital, no enferma, no visitando algún enfermo. En realidad no sé cuál era la razón de que estuviera ahí, pero el caso es que no encontraba la salida. Todo estaba en tonos ambarinos.
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Hace un par de días regresé a caminar a la laguna, la encontré otra, no mía. Supongo que tendré que iniciar de nuevo el flirtreo.
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Mi departamento está a medio pintar, como un rostro que no del todo.
Comentarios
Tú prestarrrrr, plis.