Creo que ya entendí que es lo que me pasa, porqué llegué al día 20 sin terminar de encajar en este enero, en 2009, en Tampico, en mi oficina, en la maestría, en mi casa, en mi cama, en Sara Uribe. No es que no haya disfrutado los muchos festejos por mi cumpleaños, los disfruté y mucho, sobre todo porque mis treinta los pasé recluida en casa, con el teléfono apagado y sin ganas de ver a absolutamente nadie. Los disfruté enormemente sobre todo porque la pasé con mis amigos, la gente que quiero. Pero me pasa, no puedo decir que me ha dejado de pasar porque apenas estoy cayendo en cuenta, me pasa que me siento fuera de lugar o fuera de foco, o simplemente fuera, como si hubiera salido de mi cuerpo y al regresar ya no embonara, como cuando abrimos un paquete de algo nuevo y luego al querer volverlo a envolver y a empaquetar, ya no cabe, así me había estado sintiendo. Ayer como que estuve a punto de visulmbrar el quid de todo este desmadre en varios momentos del día, pero no fue sino hasta hace un momento que logré poner el claro ese pensamiento. Y qué cosas, fue gracias a Angélica que me dijo que me había soñado que la llamaba para tomarnos un café, días antes me había dicho también que me había soñado que publicaba un libro ilustrado por un maestro suyo. Total que si me llamó la atención el hecho pero no le dí demasiada importancia. Por la tarde fui a Liverpool a pagar mi saldo vencido, estuve punto de comprar el último número de la revista Tierra Adentro pero me contuve. Bebí un tortuga y un té de durazco en el Degás mientras leía Tiene la noche un árbol y conseguía algunas líneas. Luego fui al super y compré cosas que hacía tiempo no compraba. Disfruté ir al super. Llegué a mi casa y me dieron ganas de poner orden. Arreglar mi casa siempre me da una sensación de orden interior. Total que me dieron las tres de la mañana tomando un café y leyendo La muerte me da (el poemario). Cerré el libro y apagué las luces para obligarme a dormir. Compré sábanas nuevas así sentí mi cama un poco diferente. Me gustó. Algo intuí, algo referente a los significados, pero me vencio el sueño. Y apenas hace rato pensarlo, es eso: el viaje y la estancia a Querétaro me parecieron maravillosos porque cargué de significados todas las cosas, porque mis ojos veían signos y símbolos en las cosas que me pasaban, en las palabras y las personas que se cruzaban por mi camino. Capacidad de simbolismo, de hacer que algo signifique, de otorgar sentido. Eso es lo que perdí, la brújula. Recuerdo el día que regresé a Tampico, el 30 por la mañana, lo ví tan gris, tan sin decir nada, ahí fue, lo pienso ahora, ahí fue donde extravié mi capacidad para significar. Porque anoche pensé en Ángélica, en sus sueños, en otras cosas que me contó. En Querétaro todo era un signo o un símbolo para mí, un mensaje, una señal. Pero lo eran porque yo quería verlo, porque abrí al máximo mi capacidad de asombro. No sé si esto sea todo lo que me pasa pero al menos parece que he encontrado una pista. Es curioso, uno se siente mal, apático o melancólico o abrumado o triste, y entonces empieza a buscar explicaciones, y cree que las tiene, pero luego resulta que no, que es otra cosa, que siempre todo es otra cosa.
Comentarios
un abrazo cumpleañero
andaba de vacaciones pero ya estoy lista pa hechar chisme
Yo tengo mi propia teoría, pero es mía. También soy de las que pienso que gran parte de lo que pensamos espiritual y sicológico al final son efectos secundarios de nuestra fisiología. Que hormonas de más y de menos hacen que le atribuyamos significados diametralmente opuestos a la misma cosa, al mismo evento.
Porque Querétaro y Tampico son los mismos, alcaldes más, alcaldes menos. Pero son nuestras memorias del pasado y nuestras hormonas del presente lo que nos cambian el cristal.
Por eso luego ves moros con tranchetes, cuando yo sé que puras primaveras.
Digo. Por supuesto, que lo más probable es que esté equivocada.