Hace realmente muy poco, afirmé que sólo me había disfrazado tres veces en mi vida, una vez de diablo, para una pastorela, otra vez de chiquidácula, pera pedir halloween (un halloween fatídico, una comedia de equivocaciones) y por último de árbol, para una dinámica de un diplomado. Pero al revisar mis fotos, para cumplir un trato de trueque de fotos, me dí cuenta de que había mentido. Al parecer me he disfrazado de muchas otras cosas más en mi vida. Por ejemplo, aquí estoy a los cuatro años, de pastorcita en el kinder. Soy la de faldita azul y chalequito negro, en el extremo derecho de la foto, tengo mi mano en la barbilla o en la boca. Qué cosa, tener cuatro años, es 1982, la verdad se me antoja abrazarme a mí misma en esa foto, je.
Años más tarde, esta otra foto me desmiente. Aquí estoy disfrazada de mariposa para una fiesta de la primavera, supongo. Aquí tengo 6 años, es 1984. Todavía puedo recordar esas alas de tul que mi mamá me hizo, recuerdo su textura en los dedos, el resorte para ponérmelas en la espalda, la diadema con antenitas, la sensación de poder volar sobre el jardín. Recuerdo perfectamente cómo mi mamá hizo esas antenitas, el papel café de china, mi uniforme blanco, y a la abeja maya junto al pollo carlos, qué risa.
Aquí declamando junto al maestro Jasso, prosiguen las antenas y las alas.
Aquí la tan citada foto de diabla, vestida de rojo, diadema de cuernos y cola hecha de calcetines rojos, rellenos de más calcetines. Fue una obra de teatro memorable. Ah, qué recuerdos de ese tapanco de mi escuela Plancarte, todo mundo decía que ahí abajo había un monstruo o fantasmas terribles. Pero no había nada sino tiempo, tiempo acumulado de tantos años y niños y recuerdos.
Esta soy yo a los 26 años, disfrazada de mí misma, me gusta esta fotografía por las escaleras detrás de mí, por mi mirada y mi expresión aún inocentes. Ya no soy esa, es cierto, han pasado cuatro años y demasiada vida. Ya no soy esa y aunque he intentado ponerme ese disfraz, me he dado cuenta que ya no me viene bien, que ya no podría.
Ahora llevo otros disfraces a cuestas, los sé y no me pesan, tal vez me he acostumbrado a la idea de que la identidad es un constructo, un inventarse uno mismo. Pero ahora mis disfraces son más complicados y a veces me gustaría que fueran como entonces, esos disfraces felices de la infancia.
Coincido con lo que dice García Ponce, que uno nunca es quien cree ser. Y el punto es que cuando había creido construir una Sara, me doy cuenta entonces que soy muchas, que los disfraces se han multiplicado y ahora no encuentro como acomodarlos juntos, como descifrarme. Ahora a mis casi 31 años, vuelve esa pregunta que hace poco, por una confusión me hicieron, ¿quién eres? y dije sí, es una buena pregunta ¿quién soy?
Sucede que a veces me desconozco y no encuentro disfraz alguno para fingirme.
Comentarios
jojo saludos XD
soy y no soy esa Sara Uribe que tú conoces
anónima tijuanense:
ese maldito pollo carlos se llevó mi post, cómo es posible, je, sí, creo que debo continuar con esa afición infantil a los disfraces, pero la cosa es que entonces no me daba pena y ahora sí, je.
Como dice una canción: "Venía, vengo, estoy. Estoy aquí solo disfrazado de yo" Con tu blog me doy cuenta de varias cosas, aquellas fotos en película 110, las pocas capturas icónicas de mi infancia, que ya no soy el mismo de antes (me percaté al cumplir los 30). Me gustaron las fotos porque yo también crecí en los ochenta, o sea que la contemporaneidad nos identifica en cierta forma, saludos.
Antonio Martínez Lucio. tampico.
P.D. Aún conservo el buen gusto de los dos talleres que impartiste, entré a otra dimensión, me acuerdo y sonrío. Gracias.