La historia completa es la siguiente: mi madre en su juventud quiso ser monja, de hecho fue novicia, era una persona sumamente católica y tuvo una librería de libros religiosos llamada Librería San José. La cosa es que una vez se equivocaron al entregarle un libro, o le mandaron un libro defectuoso y entonces en compensación le dieron a elegir entre varios libros que no eran religiosos, mi mamá escogió El tesoro de la Sierra Madre, vayan ustedes a saber por qué. El libro nunca se vendió y cuando mi madre cerró la librería fue colocado en uno de los libreros de la casa. Fue tras su muerte que mi hermana y yo comenzamos a leer todos los libros que había en aquellos libreros azules enormes. La mayoría eran vidas de santos o mártires, también había muchos libros de cocina. El caso es que un buen día nos topamos con El tesoro de la Sierra Madre, el primer libro de literatura, la primera novela que tuve en mis manos. Yo tenía no más de once años cuando lo leí por primera vez, qué me iba a imaginar entonces que un día viviría en la ciudad que fue el escenario donde comienza la novela. En ese entonces aún no descubríamos que la Biblioteca Municipal nos proveería de material para leer y no teníamos más libros de literatura, por eso fue que leimos el libro unas doce o quince veces, quizá más. Tras las mudanzas y tantas cosas que pasaron, a pesar de ser un libro muy querido, se deshojó, se perdieron partes y las portadas, quedaron unas hojas incompletas.
El caso es que el sábado que acaba de pasar, fui a trabajar al Archivo, tenía yo que devolverle a una persona unos materiales que había prestado por un tiempo y entre esos materiales se hallaba el libro de la fotografía inicial, exactamente la misma edición de El tesoro de la Sierra Madre que yo leí de niña. Sé que Seix Barral acaba no hace mucho de reeditar las obras de B. Traven, también Selector ha publicado algunas de sus obras. Pero sé también que difícilmente podría volvera encontrar esa edición en particular, la que yo leí, con ese tipo de letra, con esa portada, estaba yo emocionadísima. Le pregunté a esa persona si le interesaría venderme ese libro, le platiqué un poco de la historia, yo estaba dispuesta a pagar lo que aquel individuo me indicase por él. Como esa persona y yo habíamos tenido algunos roces pensé que tal vez no querría vendérmelo, pero por el contrario, algo inesperado, me dijo, no, no te lo vendo, en todo caso te lo regalo.
Y así fue como azarosamente otra vez volvió a llegar a mis manos El tesoro de la Sierra Madre editado por Jus, novena edición. El mismo sábado empecé a leerlo después de casi diez años de no haberlo leído. Ese Dobbs sentado en aquel banco incómodo, el hombre del traje blanco, el café de chinos donde se podía tomar café con pan por 25 centavos. El hotel Oso Negro donde se dormía en barracas por un tostón. Tantos recuerdos vinieron a mi mente, pero también debo decir, esta ha sido una lectura completamente distinta. En aquel entonces, cuando en la novela se referían a "el puerto" yo no sabía que ese puerto era Tampico, y aunque lo hubiera sabido no hubiera reconocido los referentes que ahora, precisamente ahora que trabajo en el Archivo Histórico he podido conocer. Por ejemplo, ahora que trabajo aquí he visto las fotografías antiguas del centro histórico de Tampico, sé dónde estaba y cómo era el cine Alcázar, hacia donde se dirigía el impecable hombre vestido de blanco que le dió dinero a Dobbs. Sé en qué parte de la ciudad estaba ese café de chinos, el café Cádiz, el café Madrid, la colonia Buena Vista, que ahora se llama Bella Vista, desde donde las señoras obsevaban a los bañistas. Pude imaginarme perfectamente cuando Dobbs dice que estaba recargado en el Edificio de Correos mirando los barcos. Ese Tampico que B. Traven vió por allá de 1918 o 1920, el que recordó por las imágenes del fotógrafo Carrera. El Tampico de esplendor petrolero que duró de 1908 a 1928. Ese Tampico que ahora puedo conocer a través de las fotografías, de los libros de historia. El Tampico en el que vivo, el que recorro todos los días.
Tal vez sea sólo mi impresión, pero me parece una coincidencia muy grata. Pensar que Traven estuvo aquí, que caminó por las calles del centro. Pensar que su libro fue para mí tan importante, que lo disfruté tanto y que me acercó a lo que de alguna manera salvó mi vida, los libros, la literatura. Pensar que ahora yo vivo aquí y que después de tantos años el azar vuelve a poner en mis manos su libro. Que vuelvo a leerlo y lo descubro nuevo. Y al mismo tiempo en cada línea, en cada significado, en cada recuerdo está la niña que fuí.
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