LA BÓVEDA MÁS ALTA


Lo primero es su rostro sosegado y lleno de arrugas en el cristal de la vitrina desde la que un Jesús Nazareno nos observa con cuencas de vidrio. Pero el hombre no me ve a mí, se persigna brevemente y camina hacia las veladoras encendidas. Al entrar se quita el sombrero. Avanza despacio, sus botas cafés no hacen ruido. Se santigua frente a cada una de las imágenes y con las puntas de sus dedos roza las túnicas o los pies de aquellos santos de miradas perdidas. Yo lo sigo con torpeza, sin saber qué hacer en medio de un pasillo flanqueado por bancas de madera que crujen con el peso de los cuerpos. El hombre se hinca, junta sus delgadas manos, reza inmóvil con la cabeza siempre hacia arriba, como dirigiéndose hacia la bóveda más alta. No recuerdo cuándo fue la última vez que me hinqué frente a un altar, pero lo hago, me hinco y finjo que rezo. Desde ahí puedo ver la mitad de su rostro, el perfil de unos lentes negros de pasta, desgastados como la tela de su pantalón verde olivo, de su camisa azul a rayas. A lo lejos, en uno de los pilares puede leerse: he aquí que vendrá nuestro salvador, ya no tengan miedo. Luego el olor, ese olor de las iglesias de mi infancia que me hace sentir una tibia tristeza, una ansiedad por salir de inmediato, por regresar a lo que ya no es. El hombre me saca de mi ensimismamiento cuando se incorpora mientras se persigna una vez más. Al salir pasa junto a mí, pero nuestras miradas no se cruzan. Quiero salir y seguirlo, saber a dónde va un hombre después de hablar con Dios. Pero me quedo aquí, hincada y falsa, mientras él se aleja hacia la claridad de la puerta.
.
.

Publicado en El libro de las percepciones, ejercicio dentro del taller El libro de todos los días impartido por Cristina Rivera Garza en Ciudad Victoria. Del 4 al 7 de diciembre.

.

Comentarios

Anónimo dijo…
que bonito blog!
Hulk dijo…
Cierto. Qué chido te quedó.
sarauribe_26 dijo…
Iris:

gracias y además gracias por cuidar al cachorro de aguas


Mi muy estimado Hulk:

se agradece el comentario