Las semanas milagrosas comienzan siempre un lunes cualquiera, uno se levanta de la cama y después de dos tazas de café, bajo las nubes de un día soleado o dando la vuelta en una esquina, uno se topa así, como si nada, con un bautismo inesperado, de pronto nos damos cuenta que todo ha dejado de importarnos, y es que, qué podría ser más importante si el sol y el mar están ahí, están aquí.
Marco se levantó un lunes y sus palabras y sus poemas se despertaron con él, salieron juntos a la calle y abordaron una furgoneta con rumbo a la playa donde las palmeras y los marinos de tostada piel ya los esperaban, había algo en la sangre de los poemas de Marco que los atraía en dirección hacia las olas, una necesidad impostergable de regresar al origen, de retornar y hundirse y fundirse y ser uno con las aguas.
Y es que los cincuenta y un poemas que conforman este libro nos invitan a comer pescado frito, a beber ron y oscurísima cerveza, a bailar al son de un ebrio acordeón, a que desnudos y descalzos nos desboquemos en la feroz, en la feraz carnalidad de una pasión no contenida, en la fugaz exhuberancia que la poesía de marco crea y recrea ante nuestra mirada, en nuestros propios poros que se aturden con la música, con los efímeros misterios del gozo.
Por eso en sus textos hay demasiada savia y clorofila, hay plumas de quetzal y caracoles, tiburones y leopardos, cangrejos y lirios, alacranes y sirenas, delfines y dragones, lobos marinos y gaviotas, coyotes y serpientes, cocodrilos y cuervos, y gigantes helechos y alcatraces y agua de coco y uvas y besos.
El milagro que habita en este libro no es otra cosa sino la vida y su simiente: la humedad, por eso en sus poemas siempre llueve y llueve fuerte, por eso en los renglones, en las páginas de este libro todo es vapor, río, océano, sudor, mareas, lodo, por eso cada verso está invisible, irreversiblemente ungido por el fértil semen del deseo.
La poesía de Marco vive y sobrevive al amparo de un puerto redentor que le ofrece una vía para salvarse del futuro incierto, una vía que conduce a la certeza instantánea del ahora, a la carnalidad del presente, a la fluidez del orgasmo y de la cópula, a una espiral donde convergen fronteras y cuerpos, sudarios y espinas, espadas y clavos, donde se bebe la miel y el vinagre de un rostro descalzo o un torso desnudo.
La poesía de Marco Huerta me remite a la de un escritor nacido en Alejandría en 1863, hablo del poeta Constantino Cavafis, y de un poema en especial que recordé luego de haber leído La semana milagrosa, es un poema muy breve que dice: No me reprimí. Me entregué completamente y fui,/fui hacia aquellos placeres que eran medio reales,/medio forjados por mi propia mente,/entré en la noche brillante/y bebí un fuerte vino,/como los campeones del placer beben.
Y es que en los poemas que conforman La semana milagrosa hay un ritmo erótico que lentamente nos seduce y de súbito se transforma, ya sea en la nómada brisa de un vaivén marino o en un carnavalesco furor que nos embriaga hasta dejarnos inconscientes, hay un hedónico yacer entre sábanas y ventanas, un ronroneante gato que se frota en nuestras piernas para marcar el territorio del instinto.
Las semanas milagrosas comienzan siempre un lunes cualquiera, en el malecón o en un cine, en el alba o en el crepúsculo, en la banca de una universidad o en una taberna, en un atrio o en un cruce de miradas, las semanas milagrosas comienzan siempre ese lunes en que uno se da cuenta que el único lugar para ser felices es ahora, es aquí…
Marco se levantó un lunes y sus palabras y sus poemas se despertaron con él, salieron juntos a la calle y abordaron una furgoneta con rumbo a la playa donde las palmeras y los marinos de tostada piel ya los esperaban, había algo en la sangre de los poemas de Marco que los atraía en dirección hacia las olas, una necesidad impostergable de regresar al origen, de retornar y hundirse y fundirse y ser uno con las aguas.
Y es que los cincuenta y un poemas que conforman este libro nos invitan a comer pescado frito, a beber ron y oscurísima cerveza, a bailar al son de un ebrio acordeón, a que desnudos y descalzos nos desboquemos en la feroz, en la feraz carnalidad de una pasión no contenida, en la fugaz exhuberancia que la poesía de marco crea y recrea ante nuestra mirada, en nuestros propios poros que se aturden con la música, con los efímeros misterios del gozo.
Por eso en sus textos hay demasiada savia y clorofila, hay plumas de quetzal y caracoles, tiburones y leopardos, cangrejos y lirios, alacranes y sirenas, delfines y dragones, lobos marinos y gaviotas, coyotes y serpientes, cocodrilos y cuervos, y gigantes helechos y alcatraces y agua de coco y uvas y besos.
El milagro que habita en este libro no es otra cosa sino la vida y su simiente: la humedad, por eso en sus poemas siempre llueve y llueve fuerte, por eso en los renglones, en las páginas de este libro todo es vapor, río, océano, sudor, mareas, lodo, por eso cada verso está invisible, irreversiblemente ungido por el fértil semen del deseo.
La poesía de Marco vive y sobrevive al amparo de un puerto redentor que le ofrece una vía para salvarse del futuro incierto, una vía que conduce a la certeza instantánea del ahora, a la carnalidad del presente, a la fluidez del orgasmo y de la cópula, a una espiral donde convergen fronteras y cuerpos, sudarios y espinas, espadas y clavos, donde se bebe la miel y el vinagre de un rostro descalzo o un torso desnudo.
La poesía de Marco Huerta me remite a la de un escritor nacido en Alejandría en 1863, hablo del poeta Constantino Cavafis, y de un poema en especial que recordé luego de haber leído La semana milagrosa, es un poema muy breve que dice: No me reprimí. Me entregué completamente y fui,/fui hacia aquellos placeres que eran medio reales,/medio forjados por mi propia mente,/entré en la noche brillante/y bebí un fuerte vino,/como los campeones del placer beben.
Y es que en los poemas que conforman La semana milagrosa hay un ritmo erótico que lentamente nos seduce y de súbito se transforma, ya sea en la nómada brisa de un vaivén marino o en un carnavalesco furor que nos embriaga hasta dejarnos inconscientes, hay un hedónico yacer entre sábanas y ventanas, un ronroneante gato que se frota en nuestras piernas para marcar el territorio del instinto.
Las semanas milagrosas comienzan siempre un lunes cualquiera, en el malecón o en un cine, en el alba o en el crepúsculo, en la banca de una universidad o en una taberna, en un atrio o en un cruce de miradas, las semanas milagrosas comienzan siempre ese lunes en que uno se da cuenta que el único lugar para ser felices es ahora, es aquí…
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Publicado originalmente en La Razón.
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Comentarios
pues sí, felicidades al Dragoncito...
Iris:
ya hacia falta ¿no?, y pude hacerla aunque estoy más bien medio tonta para estas cosas, en fin
Qué más puedo decir????????????????
Sin palabras, como diría el Poeta.
Un abrazo sentidísimo. I LOVE YOU!!!!!!!!!!!!!!!!!!!