Cuando nos hacíamos pipí en las albercas los días eran más largos, comíamos mangos sin lavarlos y ciruelas verdes que arrancábamos de los árboles y embarrábamos con chile y limón. Entonces no importaban ni las bacterias ni la gastritis; nada sabíamos a ciencia cierta del mundo y sin embargo lo declarábamos todo nuestro: cada una de sus hormigas, de sus moscas, de sus salamanquesas, cada partícula de tierra oculta en nuestras uñas, cada piedra que pateábamos, cada flor que de su tallo desprendíamos con la total certeza de que nos pertenecía la vida anidada en sus raíces.
Entonces el tiempo era un espejo donde no solíamos mirarnos y gastábamos las tardes jugando, paseando en bicicleta, leyendo historias que creíamos verdaderas; gastábamos los días en inventarnos, en imaginar que éramos otros: piratas, náufragos, exploradores del espacio, científicos, superhéroes; nada podía detenernos, ni los raspones en las rodillas, ni las descalabradas, ni las innumerables lesiones en codos, frente, nariz y boca que acostumbrábamos provocarnos con nuestras caídas a la hora de corretearnos unos a otros.
A los árboles nos trepábamos en busca de frutos e insectos y la lluvia nos hacia salir a las calles a empaparnos bajo los chorros que manaban de las cornisas; no nos preocupaban ni la gripe ni la tos, los barquitos de papel flotando sobre la margen de los majestuosos e indómitos ríos que bordeaban nuestras casas eran más importantes que cualquier posible enfermedad; no entendíamos de máscaras, nuestros rostros y nuestras palabras decían lo que querían decir, no había revés ni derecho, sólo la transparencia de nuestra mirada que se entregaba a la verdad del asombro, a la fuerza de la inmediatez que condensaba en una sola emoción, en un solo gesto, la hazaña de contemplar o realizar algo por vez primera.
Cuando la desnudez era la natural prolongación de nuestros cuerpos en los días de calor y al agua nos arrojábamos con los ojos cerrados de la confianza ciega, como quien se asume invulnerable, como quien intuye la instantaneidad, la efimeridad de ese tiempo impreciso, como quien se sabe ligero y lejano mientras flota sin retorno hacia el futuro.
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(Fotografía cortesía de Lorena Mar Herrera)
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Comentarios
:I
que gusto que me escribas aquì, oye, saliò en el periòdico lo de la presentaciòn, en el sol del viernes, una nota muy bien redactada con muy buenas fotos, ojalà lo hayas comprado y si no, puedes ir al sol y adquirirlo como ejemplar atrasado
lo de ayudarte es un placer Carlos, sabes que me caes muy bien y la presentaciòn y tu trabajo despertò muy buenos comentarios
que gusto me da que me digas que fuiste feliz, sòlo por eso valiò la pena hacerlo
y pues sì, mi estilo es bastante nostàlgico, el otro dìa un lector me calificò de amarga, y quizà a veces puedo serlo, pero yo creo màs bien que soy en todo caso nostàlgica, èse es mi caràcter y mi voz
y por cierto, en el blog de historias de piedra no se pueden poner comentarios
bueno, estamos en contacto
y sigue disfrutando
perdón, por dar información falsa, es que yo a veces también he intentado poner un post y no he podido
bueno, un saludo
Bueno se despide esta orgullosa exalumna. =)
claro que me acuerdo de tí, fuiste de la primera generación a la que le dí clases, una época en que disfruté mucho la docencia y tu grupo en especial por lo fresco de sus opiniones en los diálogos que teníamos, gracias por visitar este blog, muchas gracias por las felicitaciones y que padre que te interesen las letras, la lectura, ojalá no sea la última vez que pases por acá...
em,..soy lorena mar, la chica que tomo la fotografia y em,...en realildad me sorprende encontrarla porque no lo esperaba, aunque ps si me hubieran dicho a ps con mayor gusto la hubiera presumido,..ja
em,..dejo saludos y gracias.
mi correo: loreketa3223@yahoo.com.mx