La triste historia del reino donde las mujeres tenían bigote

Érase una vez un reino donde sus habitantes montaban en cólera cuando algún trovador extranjero insultaba a sus mujeres acusándolas de no ser las más bellas sobre la tierra; donde los pobladores pugnaban por el exilio y el repudio total para el bellaco en cuestión, por vituperar a sus esposas, hijas, madres o hermanas, al haber proclamado que toda mujer de aquella comarca tenía bigote. Es pertinente aclarar que para los moradores de aquel lugar tanto la Belleza como la Abnegación eran virtudes consideradas como los máximos atributos de la feminidad; de modo que cualquier individuo perteneciente al reino podía decir o hacer con ellas lo que quisiera, siempre y cuando no las tachase de feas o de carentes de capacidad de sacrificio. Así los hechos, sucedió que precisamente en la misma época en que se suscitó la afrenta del trovador extranjero que ofendió a sus mujeres, ocurrieron violentos disturbios durante una protesta de algunos súbditos que se habían declarado en rebeldía frente a ciertas disposiciones de los administradores del reino; en dicha reyerta participaron algunas mujeres agitadoras, otras simplemente salieron de sus hogares y se acercaron para observar lo acontecido; pero los guardias del reino: los testaferros, como su nombre lo indica tenían cabezas de hierro, y en ellas las razones y la tolerancia fueron suplidas por la ceguera de las órdenes y la obediencia, por el prejuicio de la ira y el escarmiento; así, los custodios del Orden dieron rienda suelta a su barbarie, vapulearon a diestra y siniestra a las insurrectas, pero también a las que nada tenían que ver, a las que sólo tuvieron la desdicha de toparse en su camino con ellos; fustigaron y profanaron sus cuerpos en la oscuridad de lo impune, en la alevosía de lo anónimo, en el silencio del miedo enterraron sus actos, como se entierra lo podrido, lo fétido, lo torcido. Como todo lo que pasaba en el reino, finalmente este incidente se hizo del dominio público, los juglares y los cantores pregonaron lo que habían oído directamente de las voces quebrantadas pero valerosas de estas mujeres; muy pocos pobladores creyeron en ellas e hicieron eco, la mayoría fue indiferente porque para ellos aquello no era una injuria grave, sólo las habían malherido y ultrajado, pero nadie había dicho que eran feas o tenían bigote; así los aldeanos contuvieron sus fuerzas para arremeter con más ímpetu en contra del trovador extranjero, ése sí merecía la furia de sus reclamos, el odio y el desprecio de los ciudadanos y los juglares enardecidos, contra ése adversario sí valía la pena luchar para defender el honor de las mujeres. Érase una vez un reino donde los hombres defendían con ahínco la belleza de sus mujeres contra los agravios de trovadores extranjeros. Érase una vez un reino, un triste reino sin espejos donde las mujeres tenían bigote.
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Comentarios

Anónimo dijo…
pero si lo hubiese dicho un mexicano... como aquel q dijo lo de las lavadoras con patas, no se hubiese oido tan mal... pero las verdades no pecan pero incomodan...acaso conoces a alguien q no tenga?...
sarauribe_26 dijo…
Así es Iris, si lo hubiese dicho un mexicano quizá no hubiera habido tanto argüende, no los ví repelar tanto por otras cosas...



Y mi estimada lilibigote, tienes toda la razón, la ira es por la ofensa estética y la defensa es radical, generalizante y sobre todo banal

atte. sarabigote
Ismael Lares dijo…
Chale! sólo recordemos que los misóginos y los gays de clóse tienden a verse reflejados en las nenitas. Lo chido es que ya sabemos cómo llamarlos: testaferros, ajuaaa!
sarauribe_26 dijo…
Hola Ismael:

testaferros es una palabra con mucha fuerza, muy medieval

¿eres tù quien tambièn estarà en el encuentro en Monterrey?

alguien me contò al respecto

un saludo