Escombro, eso

Escombro, eso, las ruinas de lo que fue, lo que sobra, lo que queda después, lo que ha sido derribado, el cascajo, los fragmentos, los añicos.
Escombro, eso, el difuso e irreversible pasado, las palabras que no dijiste a tiempo (o que no supiste cómo decir), las horas, los rostros, los días baldíos, los años que pasaron sin que te dieras cuenta.
Escombro, eso, las arrugas bajo tus ojos y en tu frente, las canas prematuras, las reumas, los dolores en los huesos, el cansancio, el insomnio, las lagunas en la memoria, las cataratas, los anteojos.
Escombro, eso, los ideales que vendiste al mejor postor, las dudas que acallaste con certezas huecas, las protestas que jamás pronunció tu garganta, las verdades que nunca encontraste, que un día dejaste de buscar.
Escombro, eso, todas las cosas que en tu vida se quebraron, una a una, como frágiles espejos; todos los frutos que del árbol de tu sed se desprendieron: todas las cosas que deseaste, que nunca fuiste capaz de conseguir.
Escombro, eso, los muebles viejos y desvencijados que almacenas en el desván; los papeles roídos, manchados de humedad; las fotografías amarillentas donde no apareces tú, sino gente antigua que no reconoces; las cartas que jamás enviaste y cuyas letras comienzan a desdibujarse, las ajenas cartas que leíste una y otra vez hasta ir desgastando el papel y la tinta; los vestidos, los trajes, las corbatas, los zapatos de otra época que pertenecieron a tus padres o a tus abuelos y que yacen en algún cajón con naftalina; los números de teléfono escritos en pequeños papelitos o en agendas caducadas; los adornos de mesa, los regalos de cumpleaños o de bodas que nunca sacaste del empaque; las vajillas decoloradas que te miran desde las vitrinas sin haber sido usadas ni una sola ocasión, las vírgenes vajillas que no fueron estrenadas por temor a que alguien las rompiera; los vacíos frascos de perfume que conservas, tan sólo para, de tiempo en tiempo, aspirar y recordar el olor de alguien que se ha ido, que no volverás a ver; los relojes de pared o de pulso que nunca más darán la hora, las inmóviles manecillas que han dejado de girar.
Escombro, eso, los mendigos que caminan descalzos, descamisados y sin cordura por las calles de este puerto; los parias, los desarraigados, los que han olvidado su nombre y no tienen más hogar que las banquetas.
Escombro, eso, las sucias lápidas de los cementerios, las fosas comunes, las tumbas que nadie visita; las habitaciones abandonadas, el moho, la herrumbre, las oxidadas llaves que guardas, que no abren ninguna puerta.
Escombro, eso, los residuos, un edificio, una casa, un muro que a pedazos se cae: hormigón, madera, mosaicos, piedras, clavos, alambres, vidrio.
Escombro, eso, las ruinas de lo que fue, lo que sobra, lo que queda después, lo que ha sido derribado, el cascajo, los fragmentos, los añicos.
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(Fotografía: Escombro, de Argelia Padilla)
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