Transeúntes



En las calles hay gente que camina con prisa, que parece saber de dónde viene y hacia dónde va, que parece tener la certeza de que alguien, en algún lugar, le está esperando. 

Cuando junto a ellos sobre el asfalto avanzo, mi propia prisa me impide verles el rostro, escuchar la casi inaudible respiración de sus pasos, descifrar el cotidiano enigma de sus miradas perdidas. Cuando a su lado, ensimismada y ciega, me confundo entre semáforos y cláxones, nuestras sombras, nuestros nombres sin ser pronunciados, se diluyen bajo el sol y el sudor de los minutos. 

Por eso suelo sentarme en el café gourmet La Victoria, en la Plaza de Armas, y entre sorbo y sorbo me dedico a observarlos; como si fuera un refugio contra la fugacidad de las horas, tras los vidrios de sus ventanales me agazapo, tras el umbral de una frágil distancia disfrazo mi curiosidad de distracción; como si pudiera detener el tiempo con sólo desearlo, les robo un fragmento de su imagen, del modo en que dejan caer sus pies, uno tras otro, en ese ritmo involuntario e irrepetible que cada quien al caminar fragua; les robo sus gestos, los movimientos de sus manos, los jirones, los retazos de sus charlas mutiladas que hasta mis oídos llegan como piezas de un rompecabezas ajeno e inconcluso; les robo el silencio en que se marchan, como si estuvieran guardando algún secreto o como si las palabras se les hubiesen agotado y en busca de nuevos vocablos, hacia un destino prometido se dirigieran para amainar su mudez; como si pudiera fotografiar algo más que el reflejo de la azarosa trayectoria de sus cuerpos y disgregar sus antifaces rutinarios entre el polvo de la tarde, entre las ardillas, entre las palomas, entre las cortezas y las hojas que de las ramas de los viejos árboles caen sin ser notadas, que terminan bajo los zapatos y el olvido. 

Es cierto, les robo algo que no es suyo, que no les pertenece, nadie puede verse a sí mismo caminando por una calle cualquiera, con la premura del que sabe exactamente hacia dónde se conduce; nadie puede sentarse en un café y al mismo tiempo ser ese transeúnte que sin saberse observado prosigue su camino. 

Es cierto, algunos transeúntes que me miran parecen saber algo de mí que yo ignoro, parecen querer decirme algo que mi memoria ha extraviado, algo que mi rostro les ha dicho sólo a ellos, algo que nunca me dirá a mí. 

Es cierto, algunos transeúntes son espejos y en ellos nos miramos para encontrar lo que no somos.
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Comentarios

Anónimo dijo…
Mi estimada Suribe:

Insisto, falta la foto para terminar de captar el sentido total del texto.
Me deja un poco sin aliento la sensación de estar en tránsito a ningún lado; de ser hoy la que pasa, pero sentir que en realidad no importa porque alguien siempre pasará en mi lugar.
Detengámonos un poco y tomemos un café este lunes. Vale?
sarauribe_26 dijo…
Lili:

he tratado de subir esta foto de muchas formas, pensé que era muy pesada y la reduje, pero ni así, lo seguiré intentando, la foto del tren no es de Argelia, porque no le alcancé a dar el tema, pero espero estar acompañando las columnas en el periódico con fotos de ella y de Vivian Lobato, tampoco sé poner los links, por eso no hay, a ver si luego me enseñas...
Anónimo dijo…
Nombre, te acercas a un paraguas de puras varillas para refugiarte de la tormenta. Yo tampoco sé poner links, a menos que haga copy-paste de un documento de word y allí vengan los links.

Tendré que imaginar la foto, mientras tanto.

Saludos!!!