Diez minutos



La sábana pequeña continúa deslizándose sobre la cama grande y cuantas más patadas doy para que se estire, menos espacio cubre; es así como anda la cama que me he hecho. Hay quien tiene destinos señalados, pero mi tren no va a ninguna parte. Sé que puedo caerme hacia ese lado donde está la vía muerta, entre los cardos, Y puedo imaginar hasta creérmelo que podrá la verdad esconder mis mentiras. Mi madre (en uno de sus trances en que entraba y solían durar cinco minutos) tenía el don de recordarme todo y me iba refiriendo con pelos y señales, persona por persona, cómo con mi egoísmo (tan insistente, como impredecible) había yo ahuyentado de mi vida y hasta desalentado a todo el que trataba de ayudarme… Mas yo no soy capaz, en favor mío, de enderezar la delicada aguja de mi brújula, propensa a desnortarse. Estoy sin un amigo; veo de vez en cuando, en la noche cerrada, veo de vez en cuando, en la noche cerrada, brillar los faros de algún coche suicida por la autopista y luego diluirse. Mi fantasmal vacío, ahora, se me llena con todos mis amigos agraviados como tristes avispas familiares… Un tumulto ruidoso, improvisado, configura el conjunto de sus borrosas caras, un chasquido de voces… Ellos gritan: “¿Puedes quererme acaso, di, puedes quererme? Tú, que estás escondido en tu burbuja, protegido por tu mujer y alimentado con toda exquisitez sin esfuerzo ninguno…, querías que muriésemos, pero son los vampiros una especie muy rara para no protegerse.” Se paran aguardando, como hacen ciertos coches delante de un semáforo que, aun teniéndolo en verde para ellos, ceden al peatón su preferencia… Aunque escribo mis versos por la noche, soy muy poco sincero en mi discurso… En mi íntima penumbra el brillo del instinto se nutre solamente y ennegrece con pequeños trocitos de papel que yo me he procurado para alimentarlo… Mis brazos asustados ansiosamente cuelgan, como torcidas eles, delante de mí mismo, y temo convertirme en hazmerreír de todos y desear a un tiempo tenerte y rechazarte… Percibo que estas cosas se tornan formulismos: después de haber cruzado un oscuro pasillo, te ofrezco este montón de carne y desaliento. “Esta vez me ocupó la noche entera.” Te digo, y tú contestas: “Mentiroso, ni siquiera has estado diez minutos despierto.” * * * Me llena de alegría el poder levantarme y, ya de pie y desnudo, comenzar a vestirme.


Robert Lowell

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