Leer una serie de poemas siempre
tiene un efecto evocador en mí. A diferencia de la narrativa, donde los
escenarios, los personajes y los sucesos son más concretos, la poesía tiende a
encaminar al lector no hacia otros parámetros externos, sino a nuevas ideas y
reconocimientos internos. En otras palabras: el poema funciona como ese otro
con el que estamos dialogando y del que necesitamos para existir. Así, nos
apropiamos de los poemas porque en ellos nos vemos reflejados. Quizá podamos
ver destellos del autor del libro, quizás encontremos juegos literarios o quizás
interpretemos los propósitos del poeta, pero antes de eso vemos un espejo con
palabras escritas, un espejo transformador que nos hiere y conmueve, un espejo,
al final, que te propone situaciones y te hace preguntarte qué harías si
estuvieras en ellas.
Por
lo tanto, este texto parte de la representación personal del poemario Siam de Sara Uribe y no de un análisis
holístico. Parte de versos aquí y allá que fueron solicitando mi atención. De
diversas apreciaciones y reflexiones que fueron surgiendo mientras las páginas
del libro iban haciéndose menos. Así, esto es similar a una crónica, en donde
un lector va apuntando lo que atiende en su lectura, para al final analizar el
viaje y contemplar lo que se aprendió. Invito a esta aventura personal que
supuso el poemario.
Uno
de los sentimientos que me deja el texto es el del desasosiego, el de la
extrañeza, el del no sentirse totalmente aceptado en un ambiente, ser la oveja
negra que quiere ser parte pero que sabe que sus diferencias siempre lo van a
marcar. El yo poético, o quizá mis propias proyecciones ante el poema, parecen
sentirse en una constante búsqueda en la que siempre son rechazados. Se puede
apreciar desde los primeros versos del primer poema, Jericó: "ella duerme junto a mí / en una cama que no nos
pertenece / habitación sin número no luces no postigos / ruidos como
sombras rúbricas / ese franquear los
muros / su mano sobre el vientre su respiración / convulsa indescifrable
torpe". Desde las primeras líneas nos conmueve el extrañamiento del
personaje dentro de su entorno, su falta de identidad. No posee nada, reposa en
una cama que no es suya, en un lugar sin marcas visibles. Incluso la persona
que está al lado de ella (su hermana) tiene una respiración
"indescifrable", que resulta ajena. Es el despertar en un mundo en
donde no se pertenece y del que no se puede escapar, como en los versos, del
mismo poema, que dicen "ella sueña que duerme / yo soy su pesadilla / esta
avería de maquinarias lejanas / este callar / decir / maldecir de sus pérdidas
/ que nunca estuve ahí". Esto funciona después para delimitar una infancia
en donde se propicia el caos, un caos bíblico de violencia y decepción, como un
espiral que va hacia el abismo: "entonces el ánfora el fragor la bifurcada
infancia: / de Job lamentaciones de
Jericó la caída / los cerdos del endemoniado de Gerasa / entonces el desorden
la línea entrecortada / sin caínes ni abeles".
Otro
poema en donde se encuentra este sentimiento es el de Outsider en donde se rememora la infancia como si se estuviera
buscando algo que se perdió, tratar de retomar el instante en el que dejamos de
ser quienes éramos y nos convertimos en quienes somos: "Los primeros años
[bajo tierra] / canales y túneles / de arena los rencores / los castillos [no
en el aire] las contiendas / impersonal / impersonales / dicen y dicen [nada
pasa] / dicen y dicen [desmoronarse]". De aquellos años, los primeros
años, aparecen ya estas figuras que no son completas en sí, que funcionan sólo
como si estuviéramos hablando de otra persona y no de uno mismo. Nadie ni nada
deja huella, todo ha sido invisible, sin rastro alguno, todo recuerda a un
inmigrante, un incendiario, un prestanombre o un forajido.
Esto
nos lleva a otro de los temas: el del extranjero que no se identifica en ningún
lugar, el que anda buscando siempre cómo pertenecer. No por nada la última
sección del poemario se titula Papeles de
extranjería. El extranjero puede ser por antonomasia el arquetipo del
personaje que busca ser parte de algo pero su naturaleza se lo impide y, para
lograrlo, necesita recurrir al trámite, a la burocracia, a lo social. La
alienación se hace más presente que nunca en el poema ¿Se muda a un nuevo país? Hacia el final, se nos presenta a un ser
alejado de sí mismo que no ha podido establecer conexiones: "Más que
patria, los años de ostracismo / Más que infancia, conjunción de apelativos.
Esa / desconocida [no van a saber nada de
mí]. La forastera / sin salvoconducto. / Una mujer o un emborronamiento. / Cédula de identidad vigente. Certificado de
natalidad. / Impresión de huellas digitales. Pago de derechos / asentados. /
[Original y copia] Un listado de trámites inconclusos. / [Original y copia] Esta escritura es
ilegal. / [Original y copia] Es
ilegible". Pareciera que no se es persona, que no se tiene identidad, que
no se tiene valor como ser humano si no fuera por los papeles que se necesitan.
Es como si la autora preguntara: ¿Quiénes somos sin una identificación?
¿Seguimos teniendo validez si no contamos con un certificado de nacimiento?
La
extranjera, también, puede ser una persona cercana a nosotros, una intrusa que
se inmiscuye en el hogar. La hermana, quien antes se había presentado como
alguien que "es nadie", es presentada por el padre en el poema Facsímil: "alguien (es tu hermana
dijo mi padre) / da vuelta a una página / recorta un anuncio del periódico /
levanta la mano para detener un taxi [...] alguien: esa: la mujer enmudecida /
¿se podría para este efecto / para sustituir los vocablos / repetición /
cacofonía / usar la palabra hermana?"
Una hermana que parece perturbar: "nada más turbio / que la proximidad /
de esa extranjera / que mi padre / trajo a casa / sin aviso".
De
aquí también nace el perfil del peregrino, el que avanza, el que pasa de un
lugar a otro en tierras extrañas y se siente raro, de nueva cuenta, sin
pertenecer. Para aclararlo, la autora especifica la definición de peregrino,
como si fuera un diccionario, y la incorpora en el ámbito poético. La última
definición, toma a la palabra como un adjetivo y dice que es alguien que va de
paso en esta vida. Otra vez encontramos la fugacidad, que recuerda a esos
versos de Lope de Vega: "Ir y quedarse, y con quedar partirse, / partir
sin alma, y ir con alma ajena, / oír la dulce voz de una sirena / y no poder
del árbol desasirse". Para Uribe, este peregrinaje es un constante
escapar, pero en el tratar de huir no se puede hacerlo de sí mismo. Se trata de
hacernos desaparecer, de correr de los propios recuerdos que nos ahondan como
fantasmas, pero de los que sólo podemos escapar físicamente. En poco tiempo el
cansancio de aparecer y desaparecer se hará costumbre, y se vivirá como un
fugitivo a la sombra de sí mismo. Esto me evoca el principio del poema Fatiga del nómada que tiene un epígrafe
de Nietzsche: "Todavía estoy huyendo. ¿De quién, de qué estoy huyendo
ahora?". Al cuestionar la huida también cuestionamos su necesidad y su
ejercicio: ¿cómo hacer que la huida sea efectiva? Siempre queremos huir pero
¿cuándo hay que detenernos? ¿Qué tan efectiva resulta la huida cuando es lo
único que conocemos? Con esto en mente, comparto las primeras líneas del poema Fatiga del nómada: "Todavía
huyendo. / Sólo eso. Doblar o tercer.
Quebrar el cuerpo. / Peregrinaje. Tachadura. Esta urbe no existe / Tintineo
que al estrépito. / Levedad de lo des / aparecido. / Como quien teme un
incendio de sombras / y alquila disfraces para el fuego".
¿Se habrá vuelto la huida un ejercicio?
¿Una costumbre que debe realizarse periódicamente? ¿Una rutina que se construye
y de la que no se puede escapar? ¿Un vicio que ya se hace sólo por la cómoda
repetición, la repetición en donde sabemos qué es lo que va a pasar y, por lo
tanto, no implica ninguna sorpresa desagradable o reto? Dejo estas preguntas al
aire para que cada quien ensaye una respuesta o sepa que no hay una respuesta,
que la respuesta es que no existe respuesta.
Parece existir también un recuerdo
constante por la infancia, por el pasado, por una época a la que normalmente se
le asocia a la felicidad pero que, en este caso, está llena de dolor y
sufrimiento. Un lugar al que no es seguro acudir y no fue una zona de confort,
sino un lugar lleno de dudas en donde el desconocimiento de la vida logró
incomodidades. El recuerdo está constante pero no será un recuerdo que alivie.
Tal vez se manifiesta a través de su empaque como en "la vida se guarda en
cajas", donde pareciera que nuestra manera de aferrarnos a las cosas es
mantenerlas guardadas y empolvadas. Tal vez es una memoria de un videojuego en
donde se aprendió más sobre la vida, como en la pregunta que se hace de nueva
cuenta en Outsider: "¿fue de Pacman que aprendimos / a tragarnos los
fantasmas?". Pero siempre, este dolor dará un sentido de pesadez y de
lucha perdida, en donde la derrota es el pan de todos los días, como en los
siguientes versos de diversos poemas: "Yo siempre quise apostarlo todo en
contra mía", "Algo ajeno [un eje / un punto cualquiera / equidistiante
/ fijo] nos desplaza" y "Yo nunca de la lona levantarme quise. / Yo
jamás la otra mejilla".
Los poemas de Sara Uribe aparecen
para recuperar instantes perdidos, sea quizá los de un siamés que muere de
tristeza o el instante en que se tomó una fotografía. Leer su poemario resulta
un ejercicio introspectivo en donde el poema te brinda herramientas para leerte
a ti mismo. En este sentido, el poemario Siam
de Sara Uribe es un canal para conocernos, una memoria y un recuerdo. Los
invito a adentrarse en este mundo en donde descubrirán más de lo que piensan y
dónde entenderán cómo un libro, aunque físicamente estático, puede hacerlos
viajar más allá de lo que imaginan.
Jesé Avendaño
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