Siam por Jesé Avendaño en la FILA 2013



Leer una serie de poemas siempre tiene un efecto evocador en mí. A diferencia de la narrativa, donde los escenarios, los personajes y los sucesos son más concretos, la poesía tiende a encaminar al lector no hacia otros parámetros externos, sino a nuevas ideas y reconocimientos internos. En otras palabras: el poema funciona como ese otro con el que estamos dialogando y del que necesitamos para existir. Así, nos apropiamos de los poemas porque en ellos nos vemos reflejados. Quizá podamos ver destellos del autor del libro, quizás encontremos juegos literarios o quizás interpretemos los propósitos del poeta, pero antes de eso vemos un espejo con palabras escritas, un espejo transformador que nos hiere y conmueve, un espejo, al final, que te propone situaciones y te hace preguntarte qué harías si estuvieras en ellas.

            Por lo tanto, este texto parte de la representación personal del poemario Siam de Sara Uribe y no de un análisis holístico. Parte de versos aquí y allá que fueron solicitando mi atención. De diversas apreciaciones y reflexiones que fueron surgiendo mientras las páginas del libro iban haciéndose menos. Así, esto es similar a una crónica, en donde un lector va apuntando lo que atiende en su lectura, para al final analizar el viaje y contemplar lo que se aprendió. Invito a esta aventura personal que supuso el poemario.

            Uno de los sentimientos que me deja el texto es el del desasosiego, el de la extrañeza, el del no sentirse totalmente aceptado en un ambiente, ser la oveja negra que quiere ser parte pero que sabe que sus diferencias siempre lo van a marcar. El yo poético, o quizá mis propias proyecciones ante el poema, parecen sentirse en una constante búsqueda en la que siempre son rechazados. Se puede apreciar desde los primeros versos del primer poema, Jericó: "ella duerme junto a mí / en una cama que no nos pertenece / habitación sin número no luces no postigos / ruidos como sombras      rúbricas / ese franquear los muros / su mano sobre el vientre su respiración / convulsa indescifrable torpe". Desde las primeras líneas nos conmueve el extrañamiento del personaje dentro de su entorno, su falta de identidad. No posee nada, reposa en una cama que no es suya, en un lugar sin marcas visibles. Incluso la persona que está al lado de ella (su hermana) tiene una respiración "indescifrable", que resulta ajena. Es el despertar en un mundo en donde no se pertenece y del que no se puede escapar, como en los versos, del mismo poema, que dicen "ella sueña que duerme / yo soy su pesadilla / esta avería de maquinarias lejanas / este callar / decir / maldecir de sus pérdidas / que nunca estuve ahí". Esto funciona después para delimitar una infancia en donde se propicia el caos, un caos bíblico de violencia y decepción, como un espiral que va hacia el abismo: "entonces el ánfora el fragor la bifurcada infancia: / de Job lamentaciones     de Jericó la caída / los cerdos del endemoniado de Gerasa / entonces el desorden la línea entrecortada / sin caínes ni abeles".

            Otro poema en donde se encuentra este sentimiento es el de Outsider en donde se rememora la infancia como si se estuviera buscando algo que se perdió, tratar de retomar el instante en el que dejamos de ser quienes éramos y nos convertimos en quienes somos: "Los primeros años [bajo tierra] / canales y túneles / de arena los rencores / los castillos [no en el aire] las contiendas / impersonal / impersonales / dicen y dicen [nada pasa] / dicen y dicen [desmoronarse]". De aquellos años, los primeros años, aparecen ya estas figuras que no son completas en sí, que funcionan sólo como si estuviéramos hablando de otra persona y no de uno mismo. Nadie ni nada deja huella, todo ha sido invisible, sin rastro alguno, todo recuerda a un inmigrante, un incendiario, un prestanombre o un forajido.

            Esto nos lleva a otro de los temas: el del extranjero que no se identifica en ningún lugar, el que anda buscando siempre cómo pertenecer. No por nada la última sección del poemario se titula Papeles de extranjería. El extranjero puede ser por antonomasia el arquetipo del personaje que busca ser parte de algo pero su naturaleza se lo impide y, para lograrlo, necesita recurrir al trámite, a la burocracia, a lo social. La alienación se hace más presente que nunca en el poema ¿Se muda a un nuevo país? Hacia el final, se nos presenta a un ser alejado de sí mismo que no ha podido establecer conexiones: "Más que patria, los años de ostracismo / Más que infancia, conjunción de apelativos. Esa / desconocida [no van a saber nada de mí]. La forastera / sin salvoconducto. / Una mujer o un emborronamiento. / Cédula de identidad vigente. Certificado de natalidad. / Impresión de huellas digitales. Pago de derechos / asentados. / [Original y copia] Un listado de trámites inconclusos. / [Original y copia] Esta escritura es ilegal. / [Original y copia] Es ilegible". Pareciera que no se es persona, que no se tiene identidad, que no se tiene valor como ser humano si no fuera por los papeles que se necesitan. Es como si la autora preguntara: ¿Quiénes somos sin una identificación? ¿Seguimos teniendo validez si no contamos con un certificado de nacimiento?

            La extranjera, también, puede ser una persona cercana a nosotros, una intrusa que se inmiscuye en el hogar. La hermana, quien antes se había presentado como alguien que "es nadie", es presentada por el padre en el poema Facsímil: "alguien (es tu hermana dijo mi padre) / da vuelta a una página / recorta un anuncio del periódico / levanta la mano para detener un taxi [...] alguien: esa: la mujer enmudecida / ¿se podría para este efecto / para sustituir los vocablos / repetición / cacofonía / usar la palabra hermana?" Una hermana que parece perturbar: "nada más turbio / que la proximidad / de esa extranjera / que mi padre / trajo a casa / sin aviso".

            De aquí también nace el perfil del peregrino, el que avanza, el que pasa de un lugar a otro en tierras extrañas y se siente raro, de nueva cuenta, sin pertenecer. Para aclararlo, la autora especifica la definición de peregrino, como si fuera un diccionario, y la incorpora en el ámbito poético. La última definición, toma a la palabra como un adjetivo y dice que es alguien que va de paso en esta vida. Otra vez encontramos la fugacidad, que recuerda a esos versos de Lope de Vega: "Ir y quedarse, y con quedar partirse, / partir sin alma, y ir con alma ajena, / oír la dulce voz de una sirena / y no poder del árbol desasirse". Para Uribe, este peregrinaje es un constante escapar, pero en el tratar de huir no se puede hacerlo de sí mismo. Se trata de hacernos desaparecer, de correr de los propios recuerdos que nos ahondan como fantasmas, pero de los que sólo podemos escapar físicamente. En poco tiempo el cansancio de aparecer y desaparecer se hará costumbre, y se vivirá como un fugitivo a la sombra de sí mismo. Esto me evoca el principio del poema Fatiga del nómada que tiene un epígrafe de Nietzsche: "Todavía estoy huyendo. ¿De quién, de qué estoy huyendo ahora?". Al cuestionar la huida también cuestionamos su necesidad y su ejercicio: ¿cómo hacer que la huida sea efectiva? Siempre queremos huir pero ¿cuándo hay que detenernos? ¿Qué tan efectiva resulta la huida cuando es lo único que conocemos? Con esto en mente, comparto las primeras líneas del poema Fatiga del nómada: "Todavía huyendo. / Sólo eso. Doblar o tercer. Quebrar el cuerpo. / Peregrinaje. Tachadura. Esta urbe no existe / Tintineo que al estrépito. / Levedad de lo des / aparecido. / Como quien teme un incendio de sombras / y alquila disfraces para el fuego".

            ¿Se habrá vuelto la huida un ejercicio? ¿Una costumbre que debe realizarse periódicamente? ¿Una rutina que se construye y de la que no se puede escapar? ¿Un vicio que ya se hace sólo por la cómoda repetición, la repetición en donde sabemos qué es lo que va a pasar y, por lo tanto, no implica ninguna sorpresa desagradable o reto? Dejo estas preguntas al aire para que cada quien ensaye una respuesta o sepa que no hay una respuesta, que la respuesta es que no existe respuesta.

            Parece existir también un recuerdo constante por la infancia, por el pasado, por una época a la que normalmente se le asocia a la felicidad pero que, en este caso, está llena de dolor y sufrimiento. Un lugar al que no es seguro acudir y no fue una zona de confort, sino un lugar lleno de dudas en donde el desconocimiento de la vida logró incomodidades. El recuerdo está constante pero no será un recuerdo que alivie. Tal vez se manifiesta a través de su empaque como en "la vida se guarda en cajas", donde pareciera que nuestra manera de aferrarnos a las cosas es mantenerlas guardadas y empolvadas. Tal vez es una memoria de un videojuego en donde se aprendió más sobre la vida, como en la pregunta que se hace de nueva cuenta en Outsider: "¿fue de Pacman que aprendimos / a tragarnos los fantasmas?". Pero siempre, este dolor dará un sentido de pesadez y de lucha perdida, en donde la derrota es el pan de todos los días, como en los siguientes versos de diversos poemas: "Yo siempre quise apostarlo todo en contra mía", "Algo ajeno [un eje / un punto cualquiera / equidistiante / fijo] nos desplaza" y "Yo nunca de la lona levantarme quise. / Yo jamás la otra mejilla".


            Los poemas de Sara Uribe aparecen para recuperar instantes perdidos, sea quizá los de un siamés que muere de tristeza o el instante en que se tomó una fotografía. Leer su poemario resulta un ejercicio introspectivo en donde el poema te brinda herramientas para leerte a ti mismo. En este sentido, el poemario Siam de Sara Uribe es un canal para conocernos, una memoria y un recuerdo. Los invito a adentrarse en este mundo en donde descubrirán más de lo que piensan y dónde entenderán cómo un libro, aunque físicamente estático, puede hacerlos viajar más allá de lo que imaginan.

Jesé Avendaño

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