A partir de que empecé a tomar Tafil he tenido unos sueños muy raros. No es que antes no tuviera sueños raros, es sólo que estos sueños tienen una peculiar consistencia gelatinosa que me recuerda algo así como lo que sentí cuando ví Mulholland Dr.
Es esa sensación de irrealidad que se presenta no sólo en sueños. Ese saberse ficticio y al mismo tiempo irrefutablemente vívido, real. Como si la sensación de irrealidad exacerbara la noción, la certeza de estar ahí, de que aquello es verdadero.
Unos labios, un cuerpo, la textura de una vestimenta, el vértigo de la velocidad, la molestia en los ojos por la opacidad de las luces de una ciudad desconocida, una escuela abandonada o una prisión, una cama de hospital, un nazareno de espaldas que muestra su cara y el deseo que surge, sí, el deseo por ese jesucristo cuyo rostro proviene de la iconografìa de las estampita piadosas, la urgencia, luego su sonrisa, sí, inversa, saber que en su interior el reverso, el diablito no de las tablas de la lotería sino el otro, el real, el por omisión más presente, su juego, entonces el deseo nuevamente instalado ahí, en esa cama de hospital, el suero visible, saberme deseando a un demonio encarnado en el cuerpo de un nazareno.
Un vaso de tequila, un viaje, otra ciudad, una casa de campo, desconocidos que se aproximan, maletas que implican huída, el asedio frente al espejo, la inercia, edificios y luces, en el sueño soy un hombre que camina por una avenida llena de árboles desdibujados, el otoño, otro hombre me aborda para asaltarme, le doy los únicos sesenta pesos de que dispongo, igual lo invito a mi casa (celeridad, ligue, no cortejo), un cámper, un departamento, una casa rodante dentro de un gran patio, un piso lleno de hombres hermosos que cantan y beben frente a un piano, hombres castaños que ríen felices, que departen y me saludan, camaradería de años, risas y más risas, la luz de la tarde entrando por una ventana invisible. La sonrisa del asaltante. La puerta que se abre, que se cierra.
Es esa sensación de irrealidad que se presenta no sólo en sueños. Ese saberse ficticio y al mismo tiempo irrefutablemente vívido, real. Como si la sensación de irrealidad exacerbara la noción, la certeza de estar ahí, de que aquello es verdadero.
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Comentarios
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